sexta-feira, 28 de agosto de 2009

Santo Agostinho de Hipona
bispo e doutor da Igreja

Resumo biográfico
Nasceu em Tagaste (África) no ano 354. Depois de uma juventude perturbada, quer intelectualmente quer moralmente, converteu se à fé e foi baptizado em Milão por S. Ambrósio no ano 387. Voltou à sua pátria e aí levou uma vida de grande ascetismo. Eleito bispo de Hipona, durante trinta e quatro anos foi perfeito modelo do seu rebanho e deu lhe uma sólida formação cristã por meio de numerosos sermões e escritos, com os quais combateu fortemente os erros do seu tempo e ilustrou sabiamente a fé católica. Morreu no ano 430.

«Tarde Vos amei, ó Beleza tão antiga e tão nova, tarde Vos amei! Vós estáveis dentro de mim, mas eu estava fora, e aí Vos procurava; com o meu espírito deformado, lan­çava-me sobre as coisas formosas que criastes. Estáveis comigo e eu não estava convosco.
Retinha-me longe de Vós aquilo que não existiria se não existisse em Vós. Chamastes, clamastes e rompestes a minha surdez. Brilhastes, resplandecestes e curastes a minha cegueira. Exalastes sobre mim o vosso perfume: aspirei-o profundamente, e agora suspiro por Vós. Saboreei-Vos, e tenho fome e sede de Vós. Tocastes-me, e comecei a desejar ardentemente a vossa paz».
Santo Agostinho de Hipona

terça-feira, 18 de agosto de 2009

Curso de Formação Inicial 2009
para noviças e professas simples da Federação Bética
de Mosteiros da Ordem da Imaculada Conceição
Foi no passado dia 14 de Julho que começou o curso de formação inicial em Mairena del Aljarafe (Sevilha), no qual participaram quatro irmãs da Comunidade de Campo Maior da Ordem da Imaculada Conceição (OIC).
O curso esteve dividido por temas sendo que na primeira semana se abordou o tema do carisma da OIC. Este tema foi exposto pelo Padre Assistente da Federação Bética, frei Joaquin Dominguéz Serna OFM.
Seguidamente a irmã Concha Calleja, da Congregação das irmãs Carmelitas de Vedruna, debruçou-se sobre temas relacionados com psicologia nomeadamente o que diz respeito às relações fraternas. Este tema revelou-se de grande utilidade prática pela maneira como em pequenos grupos se pode partilhar experiências.
Na terceira semana tratou-se um documento que é uma instrução da Congregação para os Institutos de Vida Consagrada e as Sociedades de Vida Apostólica intitulado “ Serviço da Autoridade e Obediência”. Frei Manuel Buiza OFM deu algumas chaves de leitura para a melhor compreensão do documento e de como viver a obediência. Também durante esta terceira semana contamos com a presença da nossa irmã Concepcionista, sor Helena Tejero oic, que a partir da Regra e Constituições da Ordem da Imaculada Conceição, e da sua experiência, nos ajudou a compreender a vida de penitência.
Vindo directamente de Roma, para a quarta semana, Francisco Arellano trouxe uma visão da cristologia franciscana. Para conseguir isto partiu de São Francisco de Assis e percorreu alguns teólogos franciscanos nomeadamente Juan Duns Escoto grande defensor da Imaculada Conceição da Virgem Maria.
As três junioras (sor Maria Inês da Cruz oic, sor Maria Imaculada oic e sor Inês Maria da Santíssima Trindade oic) e a noviça (sor Maria Helena de Jesus oic) regressaram a casa (a 8 de Agosto) com as suas malas ainda mais cheias pois nelas traziam todas as experiências e ensinamentos que puderam viver neste curso federal. Momentos fortes como os vividos nas vigílias de oração que ocorriam ao sábado à noite, as eucaristias onde se podia “palpar” a grande diversidade de culturas existentes entre as monjas deste curso: africana, asiática, europeia e latino-americana. Também se mostraram importantes os momentos de convívio, os recreios, as horas livres, os domingos - que eram mais livres por não haver aulas -, etc...
Agradecemos desde aqui a todos os que tornaram possível a realização deste curso de formação inicial, bem hajam!
Beatriz 2009
A LA ATENCIÓN
DE LAS HERMANAS

DE LA FEDERACIÓN BÉTICA

SANTA MARÍA DE GUADALUPE

DE LA ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Mis muy queridas hermanas: Paz y Bien en el Señor y en su Madre Inmaculada.
Al llegar el mes de agosto evocamos entrañablemente y con gratitud la figura de Santa Beatriz. El día que conmemoramos su partida de este mundo, celebramos su santidad y agradecemos los dones que por su persona ha concedido a su venerable Orden y también a toda la Iglesia. Cada 17 de agosto supone también la oportunidad de renovar cada vocación en aquella inspiración que el Espíritu suscitó en ella. Esa inspiración se ha hecho también punto de encuentro, de comunión, de unidad vocacional para todas las hermanas. Deseo, pues, que el día de Santa Beatriz os proporcione suficiente ilusión y valentía para proseguir el camino del Señor y los ejemplos de su Santísima Madre.
En este día vocacional y apenas terminado el Capítulo general de los Hermanos Menores en Asís, quisiera transcribir el mensaje y las palabras de nuestro Ministro con relación a las hermanas concepcionistas y a vuestra Orden:
La relación con la Orden de Concepcionistas Franciscanas (número 144 del Informe al Capítulo): Quiso la Providencia que la Orden de la Inmaculada Concepción de Santa Beatriz de Silva (= OIC) o Concepcionistas Franciscanas de vida contemplativa, hiciese, desde sus orígenes, un camino de comunión fraterna con nuestra Orden. Un camino hecho de respeto en la diversidad (no son de la Segunda Orden), y de profunda unidad en María Inmaculada, como lo reconocen sus Constituciones.
Con ellas, al igual que con las clarisas, he intentado favorecer una verdadera relación fraterna. Para ello me serví de una carta que les dirigí cada año por la fiesta de Santa Beatriz de Silva, y de encuentros fraternos con las Federaciones durante las visitas a nuestras a Entidades. También en ellas he encontrado un gran apoyo espiritual en mi ministerio a favor de los Hermanos, y también he podido comprobar en repetidas ocasiones el gran amor que nos tienen, y lo mucho que han sufrido por mantenerse unidas a nuestra Orden.
También aquí, además de los distintos servicios que a favor de ellas realiza la Oficina Pro Monialibus, la actividad más importante realizada con ellas en este sexenio ha sido el Iº Congreso Internacional de Presidentas de la OIC, querido por nuestro Definitorio general, convocado por el Ministro general, y organizado por una comisión conjunta de Hermanos y Hermanas...
Y más adelante, refiriéndose a la colaboración con las Concepcionistas franciscanas, el Ministro prosiguió: El camino de comunión que ha sido fortalecido en estos últimos años ha de ser continuado tanto desde la Curia general como, especialmente, desde las distintas Entidades. Cuanto más fuerte sea esa comunión, mayor será la riqueza espiritual para las Hermanas y para nosotros mismos. Una ocasión propicia de colaboración puede ser el V Centenario de la fundación de la Orden de la Inmaculada Concepción de Santa Beatriz de Silva que tendrá lugar en el 2011 (n. 147).
Concluyó este apartado con una invitación general a todos los hermanos y hermanas de la Orden y de la Familia, a ser santos.
"Seréis santos, porque yo soy santo" (Lev 11, 44)
A ello hemos sido llamados. Es bueno y necesario recordar siempre que ésta es nuestra vocación y nuestra misión: convertirnos en "ejemplo y espejo para los que viven en el mundo" (TestCla 20). Cada hermano ha de mantener viva la convicción de que la santidad es la medida de nuestra vida y el resultado más elocuente de todas nuestras actividades de formación permanente y de la actividad pastoral. Llamados, como nos recordó el Capítulo general 2003, a "nacer de nuevo" (Jn 3, 3) y a asumir la radicalidad del Evangelio como elemento cualificante de nuestra vida, hemos de dejarnos fascinar por la belleza de Dios y de su perfecta verdad, de tal modo que nos transformemos progresivamente, y estemos dispuesto a renunciar a todo, también a nosotros mismos. Sólo así nunca apagaremos la sed de ser santos (n. 154).
Me parece oportuno este mensaje del Ministro general tanto en cuanto estamos en medio de las celebraciones de VIII Centenario de nuestra Orden y en los preparativos del V Centenario de la Bula Ad Statum Prosperum a celebrar en el año 2011.
Estas fechas deben ayudarnos a profundizar más y celebrar mejor nuestra propia vocación. La identidad y la vivencia de la vocación concepcionista os impulsará a presentar con nuevo vigor este divino camino y hará que fructifique en bien de la Iglesia.
La vocación concepcionista tiene su fundamento en aquella forma de vida que el Espíritu Santo inspiró a Santa Beatriz de Silva, en su testimonio personal de vida y santidad, y en la acción de la Iglesia que ha confirmado esta forma de vida desde sus orígenes hasta nuestros días. Las hermanas hoy, inspiradas y llamadas por Dios, abrazan cada día esta forma de vida como oblación personal a Jesucristo, nuestro Redentor, y a su Madre, entregándose, en cuerpo y alma, como hostia viva (cf. R 1 2; CC.GG 3; 5).
Además, servir a Jesucristo, nuestro Redentor, consiste en hacerse un solo espíritu con Cristo Esposo, mediante el amor (cf. R 30). Las hermanas consagran totalmente su vida a Dios y se desposan con Jesucristo, a honra de la Concepción Inmaculada de su Madre, en la profesión de los consejos evangélicos, en la comunión fraterna y en perpetua clausura (cf. CC.GG 2).
Este servicio a Jesucristo, nuestro Redentor, consiste también en seguir sus huellas con más libertad e imitarlo más de cerca, viviendo la consagración radical con que María fue consagrada por Dios en el misterio de su Concepción Inmaculada (cf. CC.GG 25). Por eso, cada hermana, por su profesión, se consagra íntimamente al servicio de Dios por el ministerio de la Iglesia, viviendo solo para Dios y dando testimonio del género de vida que Cristo propuso a sus discípulos (cf. CC.GG 26; 28).
En esta forma de vida, no se puede prescindir de una consagración a Cristo, junto a la cual existe también una peculiar forma de consagración a la Bienaventurada Virgen María, al misterio de la Inmaculada Concepción, la Madre de Dios (cf. CC.GG 24; 28), teniéndola como ejemplo de vida (cf. R 6; CC.GG 23), imitando su conducta y siguiendo la humildad y menosprecio que ella vivió en este mundo (cf. R 7). Las hermanas, del mismo modo que María se consagró totalmente como esclava del Señor (cf. CC.GG 24), se entregan al servicio de la persona y obra del Hijo y proclaman en actitud contemplativa la soberanía absoluta de Dios (cf. CC.GG 15), y viven su condición humana en el servicio al Reino (cf. R 2; CC.GG 3).
Deseando que aquella inspiración que alentó a Beatriz siga alentando todo vuestro vivir cotidiano, al mismo tiempo que os deseo una feliz jornada, os quiero agradecer cuantas muestras de cercanía, verdadera fraternidad y atenciones he recibido de parte de cada monasterio ante los fallecimientos de los hermanos de la Provincia Bética durante el mes de junio, y también todas vuestras oraciones y reconocimientos en el día de San Joaquín.
Que el Señor os bendiga a todas y que la estrella de Beatriz siga alumbrando todos vuestros senderos.
Fr. Joaquín Domínguez Serna, OFM
Asistente religioso de la Federación Bética Santa María de Guadalupe
de la Orden de la Inmaculada Concepción

S E V I L L A
Sevilla, 30 de julio de 2009

segunda-feira, 17 de agosto de 2009

“MANTENEMOS VIVA LA LÁMPARA
QUE EL ESPÍRITU ENCENDIÓ
EN SANTA BEATRIZ”

Metidas ya en la preparación del V centenario de la aprobación de nuestra Regla, nos acercamos a la fiesta de Santa Beatriz para celebrarla, contemplarla y asumirla de una forma nueva, renovada y llena de ilusión. Lo hacemos por el don del Espíritu que ella recibió y que va pasando a la Orden de generación en generación, como antorcha llameante y viva.
Celebrar la fiesta de Santa Beatriz es contemplar a una mujer valiente y a la vez delicada, generosa y vestida de fe. Nos ha transmitido una forma singular y diáfana, de seguir a Cristo, de ser discípulas del único Maestro, de estar siempre en camino y sin “ciudad permanente”, sino mas bien anhelando la futura.
La figura de Beatriz es portadora de un espíritu y nos señala de forma permanente, la persona, la obra y la misión de María Inmaculada, la discípula por excelencia, la que nos va marcando el camino como Concepcionistas. Nuestro único oficio es seguir sus huellas desde Nazaret hasta Pentecostés pasando por el Calvario. Es un itinerario que nos ayuda a dejarnos configurar por el Espíritu con Jesucristo nuestro Redentor.
María es discípula orante. Con su contemplación nos devuelve la frescura del Paraíso, cuando el hombre y la mujer paseaban todas las tardes con Dios y disfrutaban de su presencia constante. Ella es como dicen los Santos Padres “la Omnipotencia suplicante”; ella es nuestro paradigma, nuestra referencia de vida. Con la Virgen Inmaculada estamos llamadas a confrontar nuestra vida de hermanas concepcionistas, pertenecientes a la Orden que Santa Beatriz soñó “para el servicio, la contemplación y la celebración del misterio de la Inmaculada Concepción” (cf. CC.GG nº 9)
Las hermanas Concepcionistas, orientadas hacia María Inmaculada y tal como nos pensó Beatriz, hemos de ser discípulas siempre en proceso, siempre aprendiendo y siempre acogiendo la Palabra para gestarla dentro en la vida de contemplación y así darla a luz al mundo en cada uno de nuestros pensamientos, palabras y acciones. Es la forma de ir “ayudando a la construcción de la ciudad terrena” (Bula de Canonización).
En este tiempo de preparación al V centenario de la aprobación de la Regla, vamos a tener abundancia de ocasiones y materiales en torno a nuestros documentos para meternos de lleno, con gratuidad e ilusión, a profundizar en nuestro carisma. Ello nos ayudará a vivir una perspectiva dinámica y abierta a las realidades cambiantes que se nos presentan cada día y que “nos dan la oportunidad de dejarnos plasmar par la experiencia pascual” viviendo en “fidelidad creativa” (Cf. Vida Consagrada en el nº 70).
No desaprovechemos la oportunidad que se nos presenta en ésta efemérides. El P. General, en la carta que nos dirige este año con motivo de la fiesta de santa Beatriz, nos dice:”En este periodo que precede a tal evento, no podemos dejar escapar dicha ocasión, pues la considero un kairós que el Señor os ofrece para profundizar mucho más en el ideal carismático que hizo nacer a vuestra Orden, para honra de la Inmaculada Concepción”. (R.1)
Mis queridas hermanas, os felicito por este gran día de santa Beatriz que va precedido por el día de la Asunción de María, primicia de nuestra transformación, de la cual ya aquí y ahora empezamos a gustar de forma velada.
Felicidades a todas las que lleváis el nombre de Beatriz y de Asunción.
madre Maria de la Cruz Alonso Paniagua oic
Madre Presidenta

domingo, 16 de agosto de 2009

CARTA DEL MINISTRO GENERAL CON MOTIVO
DE LA FIESTA
DE SANTA BEATRIZ DE SILVA 2009
¡Ave María Purísima!
A todas mis hermanas de la muy querida Orden de la Inmaculada Concepción: Salud y santa paz en el Señor (2CtaCus 1).
Con espíritu de promover aún más el mutuo conocimiento y colaboración de vuestra querida Orden con la nuestra, y en continuidad a la tradición que comencé hace ahora seis años, quiero seguir saludándoos con afecto con motivo de la fiesta de Santa Beatriz de Silva, vuestra Fundadora y Madre. Es una oportunidad sin igual para seguir mostrándonos la vinculación y comunicación de bienes espirituales y fraterna colaboración de vuestra Orden y la nuestra, unidos como estamos por la historia y por la Concepción Inmaculada de María (cf. Regla 10).
En gratitud
En esta ocasión quiero comenzar dándoos las gracias, pues en incontables ocasiones y de muchas maneras os habéis hecho presente en la vida de la Orden de Frailes Menores, pero de modo particular en la mía, como Ministro de la Fraternidad de los Hermanos. Quiero agradeceros de modo especial, sirviéndome también de esta carta, tantas adhesiones como he tenido en mi reelección como siervo de la Fraternidad. Gracias, pues he sentido muy de cerca vuestra presencia y vuestra oración, tanto por mí como por todo el Capítulo General de la Orden, recientemente celebrado. Gracias por vuestras plegarias y felicitaciones. Confío que también, desde la gratuidad, continuaréis orando siempre y sin desfallecer (cf. Lc 18,1) tanto por el Definitorio general, como por mí y por toda la Orden de los Hermanos Menores, vuestros hermanos.
Hacia el 2011
Estamos a las puertas de la celebración del quinto centenario de la aprobación de vuestra Regla (1511 – 17 septiembre – 2011), en la que su Santidad Julio II confirmó vuestra forma de vida. En este período que precede a tal evento, no podemos dejar escapar dicha ocasión, pues la considero un kairòs que el Señor os ofrece para profundizar mucho más en el ideal carismático que hizo nacer a vuestra Orden, para honra de la Inmaculada Concepción (Regla 1b). Vuestra Orden es fruto de la gracia, de aquel mismo don de gracia que el Omnipotente y buen Señor (Cant. 1) derramó en la llena de gracia, María.
Inspiradas y llamadas por Dios
Habéis nacido, a impulsos del Espíritu santo, del tronco fecundo de santa Beatriz de Silva, para contemplar el Misterio de Dios en el misterio de la Concepción Inmaculada de María. Es aquí donde encontráis la razón de ser y la raíz de vuestra vocación. Una vocación de seguimiento al servicio del Señor y de su bienaventurada Madre Inmaculada, viviendo en común y en permanente contemplación (cf. CC.GG OIC 5). Por eso me gustaría aprovechar esta oportunidad para desgranar con vosotras algunos elementos de vuestra vocación inmaculista franciscana, teniendo como icono la anunciación de María (cf. Lc 1, 26-39), pues en ella encontraréis las fuentes de la gracia.
Agraciada… has hallado gracia delante de Dios y concebirás (Lc 1, 28-31).

En el anuncio del ángel, María es saludada como la llena de gracia. Un nombre nuevo para María, un nombre que designa una vocación y una misión. Ella es la agraciada, la que ha encontrado gracia y por ello concebirá. Dios es gracia y ha agraciado a María. Y la llama a una gran misión: ser madre del Hijo de Dios. Con la gracia ha sido habilitada para la gran vocación para la que siempre ha sido llamada. Su vocación es la maternidad inmaculada.
Contemplando a María Inmaculada, como Concepcionistas estáis llamadas a vivir vocacionalmente (cf. CC.GG OIC 9,2). Esto supone descubrir la vida como vocación, supone vincularse a Jesús a ejemplo de María su Madre, y seguirle, de modo que se desencadene un proceso para quedar configuradas por la persona de Jesús, por su palabra y por el proyecto concreto de seguimiento. En vistas del Centenario, sería muy bueno que cada una de vosotras, mis queridas hermanas, hiciera un recorrido por su historia personal de vocación, y la compartiera con las demás hermanas de la fraternidad. Ver cómo Jesús os llamó para seguirle, para pertenecer en exclusiva a él, para que él fuera el amor de vuestra vida (cf. CC.GG OIC 4). Ver los momentos de densidad de significación en el amor, no para idealizar el pasado, sino para desencadenar en vosotras nuevamente ese primer momento a partir del cual se inició vuestra historia de seguimiento.
Seguramente recorrer vuestra historia personal de vocación y ponerla en común para entrar en diálogo de fe con las hermanas, tendrá sus luces y sus sombras. Esto es normal, pues la vida tiene muchas idas y venidas. Pero es bueno hacernos algunas preguntas esenciales ¿Qué significa Jesús para mí ahora? ¿Dónde ha quedado el amor primero de mi vida? ¿Qué motivaciones tengo para seguir a Jesús como Concepcionista Franciscana? Fiat (Lc 1, 38).
Es la respuesta de fe y de acogida de María. No caben dudas, María no pide nada, pues se trata de una gran confianza y obediencia, un sí inmaculado y libre como nadie ha dado nunca jamás. De este fiat, dependen todos nuestros síes. Nuestras respuestas de fe son ecos del sí de la Inmaculada Madre de Dios. María, la Madre, aparece aquí como la discípula del Hijo, seguidora de Jesús. De esta forma mantuvo siempre una actitud de servicio, obediencia y disponibilidad ante el misterio de Cristo.
Si servir a Jesucristo es hacerse un solo espíritu con Cristo Esposo mediante el amor (Regla 30), como Concepcionistas estáis desposadas y comprometidas a seguir las huellas del amado Hijo con más libertad, para imitarlo más de cerca, viviendo en una consagración radical a imagen de María (cf. CC.GG OIC 25). Habéis dado un sí incondicional al Señor, para todo y para siempre, en toda ocasión y momento. Sin pedir nada al Señor, sólo desde la confianza del amor, os ponéis en actitud de servicio y disponibilidad a Dios y a las hermanas. Os habéis hecho discípulas de Cristo teniendo como modelo a la Madre Inmaculada. Es un sí personal que os vincula en fraternidad. Este sí se comprueba en el prójimo (cf. 1Jn 4, 20) y esto os coloca en la verdad más profunda de vuestra vida. Las hermanas os colocan en la humildad de los que se os da. La fraternidad, elemento esencial de vuestro carisma inmaculista franciscano, no es sólo una mediación para encontrar a Dios, sino que es lugar de encuentro con Dios en la hermana (cf. CC.GG OIC 95). Habéis sido llamadas a ser hermanas. ¿De quién habéis recibido el legado de santa Beatriz sino de vuestras hermanas? ¿Qué recibís de la fraternidad? ¿Cómo os vincula el sí dado a Dios en la profesión? ¿Qué modelo de fraternidad os propone la Regla y las Constituciones?
... se levantó María y se fue…(Lc 1, 39).
La vocación de María la hace servidora y peregrina. Ella se presenta como la portadora de la Buena Noticia, de su Presencia, comienza la peregrinación de la Palabra de Dios, que posteriormente se llevará a todos los pueblos. Es una escena misionera, pues la Madre parte con prontitud, con presteza, a proclamar la gloria de Dios y su misericordia.
Vuestra vocación os hace también tener una misión muy concreta en la Iglesia. Por estar consagradas plenamente a Dios, por la contemplación, os habéis consagrado también al servicio de los hombres (cf. CC. GG. OIC 116). Os hacéis súplica permanente por todos, presentando al señor sus gozos y esperanzas. De este modo trayendo la contemplación a la vida y la vida a la contemplación, hacéis de ésta vuestra misión apostólica en el pueblo de Dios (cf. CC. GG OIC 15). El seguimiento de Cristo, en vuestra vida contemplativa, está dirigido a despertar la vida interior de amor. Por eso la vuestra es una vocación de misión en camino, de hacer camino de fe y contemplación, de modo que sólo el amor puede justificar y dar sentido a vuestra forma de vida. ¿El amor se os ha hecho suficiencia? ¿Cómo se mantiene en vuestras comunidades el espíritu del Señor y su santa operación?
Manteniendo siempre viva la lámpara…
Cuando santa Beatriz voló al cielo, habiendo ya profesado la Regla de la Inmaculada Concepción, inaugurando con su muerte el nacimiento de la Orden, sus compañeras, doce en grupo, no dudaron dar continuidad al ideal de vida que el Espíritu encendió en la Fundadora. Ella supo mantener despierta la palabra más importante de su vida y su secreto espiritual: el nombre de María y precisamente de María Inmaculada (cf. Pablo VI, Homilía de la Canonización). Ella es la estrella que os ilumina y que os atrae. María Inmaculada sigue siendo una palabra para esta humanidad y fuerza viva en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia.
Hoy sois vosotras las continuadoras de Beatriz de Silva, de Felipa de Silva y sus compañeras. Hoy os toca a vosotras dar continuidad al don recibido para que, con creatividad, lucidez y visión de futuro, sepáis atraer a nuevas generaciones y desde una generosa consagración a Cristo, por la llamada, mantengáis viva la gracia de vuestros orígenes. No se puede apagar la lámpara del tabernáculo nunca más, como sucedió en el momento de la muerte de la Madre Beatriz. Así como sus compañeras la encendieron e hicieron florecer a la Orden, hoy sois vosotras, queridas hermanas, las que tenéis que recuperar el fuego del Espíritu que esconden las cenizas.
Desde el cielo brilla la Estrella de vuestra Orden, la Inmaculada Concepción. Pidámosle al Señor que a través de santa Beatriz os siga iluminando el modelo de María para caminar renovando el don de vuestra vocación.
¡María Inmaculada, ruega por nosotros!
Roma, 15 de julio de 2009,
Fr. José Rodríguez Carballo, ofm
Ministro general
Prot. N. 100112

sábado, 15 de agosto de 2009

Solene definição dogmática
da Assunção
da Virgem Santa Maria

“Depois de termos dirigido a Deus repetidas súplicas, e de termos invocado a paz do Espírito de verdade, para glória de Deus omnipotente que à Virgem Maria concedeu a sua especial benevolência, para honra do seu Filho, Rei imortal dos séculos e triunfador do pecado e da morte, para aumento da glória da Sua augusta mãe, e para gozo e júbilo de toda a Igreja, com a autoridade de nosso Senhor Jesus Cristo, dos bem-aventurados apóstolos S. Pedro e S. Paulo e com a nossa, pronunciamos, declaramos e definimos ser dogma divinamente revelado que: a imaculada Mãe de Deus, a sempre virgem Maria, terminado o curso da vida terrestre, foi elevada em corpo e alma à glória celestial”.
Constituição Apostólica Munificentissimus Deus
do Papa Pio XII
Ao terminar a Sua missão na terra, Maria, a Imaculada Mãe de Deus, «foi elevada em corpo e alma à glória do céu» (Pio XII), sendo assim a primeira criatura humana a alcançar a plenitude da salvação.
Esta glorificação de Maria é uma consequência natural da Sua Maternidade divina: Deus «não quis que conhecesse a corrupção do túmulo Aquela que gerou o Senhor da vida».
É também o fruto da íntima e profunda união existente entre Maria e a Sua missão e Cristo e a Sua obra salvadora. Plenamente unida a Cristo, como Sua Mãe e Sua serva humilde, associada, estreitamente a Ele, na humilhação e no sofrimento, não podia deixar de vir a participar do mistério de Cristo ressuscitado e glorificado, numa conformação levada até às últimas consequências. Por isso, Maria é «elevada ao Céu em corpo e alma e exaltada por Deus como Rainha, para assim Se conformar mais plenamente com Seu Filho, Senhor dos senhores e vencedor do pecado e da morte» (LG. 59).
Este privilégio, concedido à Virgem Imaculada, preservada e imune de toda a mancha da culpa original, é «Sinal» de esperança e de alegria para todo o Povo de Deus, que peregrina pela terra em luta com o pecado e a morte, no meio dos perigos e dificuldades da vida. Com efeito, a Mãe de Jesus, «glorificada já em corpo e alma, é imagem e início da Igreja que se há-de consumar no século futuro» (LG. 68).
O triunfo de Maria, mãe e filha da Igreja, será o triunfo da Igreja, quando, juntamente com a Humanidade, atingir a glória plena, de que Maria goza já.

sexta-feira, 14 de agosto de 2009

7ª Parte: Conferência
pronunciada em León,
por ocasión del V Centenario
de la Bula fundacional
de la Orden “Inter Universa”
pela madre Mercedes de Jesús Egido oic
del Monasterio
de Monjas Concepcionistas
de Alcazár de San Juan
“A PRIMEIRA INSPIRAÇÃO
DA ORDEM DA IMACULADA CONCEIÇÃO”
Conclusión
Cuanto se ha dicho en este pequeño estudio del carisma fundacional de Santa Beatriz de Silva ha nacido sólo del deseo de fidelidad hacia ella, hacia el don que Dios le otorgó de ser Fundadora de la Orden. Ella tiene que decirnos hoy algo particular con su peculiar modo de vida. Por eso deseamos vivirlo íntegro. Su vocación carismática o experiencia mística por la cual ella fue introducida en el misterio de Cristo y de la Iglesia, deseamos vivirlo como ella, en la forma típica del monacato que ella eligió, vivió y la Iglesia le aprobó. Fue su forma de vivir el Evangelio, que deseamos sus hijas perpetuar.
No puede haber meta más deseada ni mayor gozo para una concepcionista que hacer revivir con su propia vida el fervor de los primeros pasos que la Orden dio de manos de su Fundadora y madre, observando la “disciplina regular severa” suavizada con el carisma puro y limpio de Beatriz: su primigenia inspiración, su deseada Bula “Inter universa”.
Tanto en vida como después de muerta, como hemos visto, a Santa Beatriz se le ha disputado por amor. Sí, por amor. En vida, por su belleza. Después de muerta, por su aún más bella Obra: la Orden de la Inmaculada. En ambos casos, ha sido Beatriz la inocente cordera, la damnificada, pues ha sido despojada de su propia lana, para abrigar a otros. En vida, de su “drama” nació su “carisma”. Hoy las concepcionistas hemos de impedir que de su “carisma” nazca su “drama”, negándoselo.
Quiera Dios que en este V Centenario de la Bula fundacional de la Orden “Inter universa”, la Orden Concepcionista (O.I.C.) quede renovada en su propio espíritu, en su propia fisonomía, en su propio carácter y observancia, en su propia autonomía y nomenclatura. Y sea todo para gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, honra de nuestra Madre Inmaculada y de nuestra Fundadora Santa Beatriz de Silva.
(fonte: Blog “Toda Pura Eres Maria”)
6ª Parte: Conferência
pronunciada em León,
por ocasión del V Centenario
de la Bula fundacional
de la Orden “Inter Universa”

pela madre Mercedes de Jesús Egido oic
del Monasterio de Monjas Concepcionistas
de Alcazár de San Juan
“A PRIMEIRA INSPIRAÇÃO
DA ORDEM
DA IMACULADA CONCEIÇÃO”
“Una nueva Orden femenina”

“Las concepcionistas no constituían hasta 1511 una Orden religiosa. Eran un grupo de monasterios de clarisas en los cuales se observaban ciertos estatutos peculiares y se veneraba especialmente el misterio de la Inmaculada Concepción de María. En este año se decidieron a dar un paso más, elaborando regla y estatutos propios. No es fácil adivinar qué móviles le llevaron a adoptar esta solución. Es muy posible que fuese, en gran parte, el deseo de las religiosas y de los observantes castellanos de instituir una Orden que venerase especialmente a la Inmaculada.”
“¿Quiénes elaboraron la nueva regla y los estatutos? Los biógrafos de Cisneros y de Beatriz de Silva afirman concordemente que fueron Cisneros y Francisco de Quiñones... Probablemente colaboraron también otros religiosos, cuyo nombre y aportación hoy desconocemos...”

“Después de varios meses, se consiguió, por fin, la aprobación pontificia que suscribió Julio II el 17 de septiembre de 1511. Se contiene en la bula “Ad Statum Prosperum”, que inserta la nueva regla. Ésta está calcada totalmente en la de las clarisas. Sus características principales son las siguientes: pobreza en común, hábito azul, clausura perpetua, dependencia de los frailes menores. Se afirma que la nueva Orden está especialmente consagrada a la Inmaculada Concepción y que se propone honrar particularmente este preclaro privilegio mariano. Las concepcionistas tendrán el mismo cardenal protector que los franciscanos y estarán sometidas a los superiores observantes. Estos designarán los visitadores de los monasterios, quienes los visitarán una vez al año, informándose diligentemente del estado del monasterio, de la vida de las religiosas y de la conducta del personal del servicio en cada monasterio, y dando los preceptos que crean oportunos para promover la observancia regular. Presidirán las elecciones de las abadesas y confirmarán a las elegidas canónicamente.”

“Así se constituía definitivamente la Orden Concepcionista, cuya primera piedra había puesto, tal vez sin sospecharlo, Beatriz de Silva. El edificio era obra de los observantes de Castilla, que imprimieron a la fundación de Beatriz una dirección totalmente nueva, convirtiéndola en una nueva rama de la segunda Orden Franciscana. La nueva fundación puede y debe considerarse justamente como un producto auténtico de la Reforma Cisneriana, cuyo programa renovador refleja claramente por lo que se refiere a los monasterios femeninos.”
Hasta aquí el libro de José García Oro, O.F.M.
Por esta lectura bien documentada, aunque contenga algunas inexactitudes que no afectan a nuestro tema fundamental, vemos claramente que:

a) Santa Beatriz no era franciscana.

b) No fundó nada franciscano.

c) Que la presencia de la espiritualidad franciscana y su observancia en la Orden concepcionista, se debe a los observantes de Castilla, Reforma Cisneriana, que la considera suya.
d) Los cuales, imprimieron a la fundación de Beatriz una dirección totalmente nueva. Es decir, cambió de modo de ser la Orden.

e) Que todo esto se hizo en el ambiente de Reforma de las Órdenes Religiosas en España, por lo que se puede considerar justamente como un producto auténtico de la Reforma Cisneriana, no como Obra de Beatriz de Silva. Es cuanto nos dice García Oro y que podríamos resumir en tres puntos:
1º Que Santa Beatriz no era ni fundó nada franciscano.
2º a) Que cuanto hay de franciscano en la Orden se debe a los observantes de Castilla;
b) que lo llevaron a cabo en el ambiente de Reforma de las Órdenes religiosas en España;
c) que puede y debe considerarse justamente como un producto auténtico de la Reforma Cisneriana;
d) cuyo programa renovador refleja claramente.
3º Que esta injerencia franciscana cambió de modo de ser a la Orden.
Son los tres puntos sobre los que la Iglesia hoy da luz con los decretos del Vaticano II y la Bula de canonización de la Santa, para renovar adecuadamente nuestro propio carisma. Veámoslo.
1º Santa Beatriz no era ni fundó nada franciscano
Nos lo afirma el tantas veces referido José García Oro, O.F.M.., diciéndonos que a pesar de las buenas relaciones que mantuvo con diversos franciscanos, no se decidió a abrazar ninguno de los institutos franciscanos; y a la hora de escoger Regla para su Orden, escoge la del Císter. Y muere, según dice la Bula de su canonización, como monja de la Orden de la Inmaculada Concepción. Y como a tal la canoniza Su Santidad Pablo VI. Es grandemente significativo al respecto el hecho de que el Papa, a lo largo de la Bula, al nombrar a la Orden lo hace con la nomenclatura “ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN” durante cinco veces, y al nombrar a las monjas de esta Orden las llama “Monjas concepcionistas” durante cuatro veces. Y añade el Papa: “así se llaman las religiosas de esta Orden”. Expresión auténtica del espíritu y la Obra de la Santa, nada franciscano...
2º El edificio (Orden) es obra de sólo los observantes de Castilla

Este título resume los apartados del punto segundo.

La desviación del proyecto originario de Santa Beatriz, llevado a cabo por los observantes de Castilla, puede considerarse ocurrido tal vez como mal menor en aquel tiempo de reforma. El mismo autor nos dice que
“puede ser muy bien que el Custodio de Toledo, muy apreciado de Beatriz, haya querido salvar de la ruina la fundación”. Hoy la Iglesia nos dice que pongamos los ojos en la Fundadora, que es quien debe dar el espíritu a la Orden para conseguir la renovación adecuada. Veamos.
Antes de responder, hay que tener en cuenta que este libro de José García Oro, O.F.M., que nos va ilustrando, está editado el año 1971, cinco años antes de hablarnos Pablo VI con la Bula de canonización de la Santa.

Dice la Bula
“Praeclara Inmaculatae”, 1976: “La noble virgen Beatriz de Silva, preclara fundadora de la orden de la Inmaculada Concepción... dócil a las mociones del Espíritu Santo, recibió la inspiración de fundar una nueva familia religiosa, que, de conformidad con el cielo, estaría consagrada a la Bienaventurada Virgen Madre de Dios concebida sin mancha de pecado original y que tomaría su denominación de este soberano misterio.”
La Iglesia, pues, tiene por fundadora de la Orden Concepcionista a Santa Beatriz de Silva a pesar de los avatares en que se vio sumida en el ambiente de la Reforma Cisneriana. Avatares que también registra la misma Bula, para decirnos que hay continuidad en la Orden de Santa Beatriz desde que ella la inicia hasta el día de hoy. Dice la Bula: “La Orden de Beatriz, superadas las tormentas que se desataron contra ella durante los primeros pasos de su existencia, quedó firmemente asentada en Toledo: primero bajo los Estatutos del Císter, conforme al consabido decreto de Inocencio VIII del año 1489; en segundo lugar, bajo la regla de Santa Clara, a tenor de la disposición de Alejandro VI del año 1494; por fin, en virtud de las Letras Apostólicas “Ad Statum Prosperum” de Julio II, firmadas en Roma el 17 de septiembre de 1511, le fue otorgada regla propia y quedó encomendada a los Frailes Menores su atención pastoral. Desde el momento de su autonomía la institución experimentó un amplio desarrollo.”
Vemos claramente, pues, que lo que perdura es la Orden de Santa Beatriz. Lo que en ella prevalece es la inspiración primera, es decir, lo que en ella es fruto de la inspiración del Espíritu, como todas las Órdenes; no lo que es fruto de la Reforma Cisneriana. Consecuentemente, la espiritualidad franciscana que entonces se adhirió a la Orden en el ambiente de Reforma debe ceder ahora en este ambiente del Vaticano II para dar paso al espíritu mariano - inmaculista de la “primigenia inspiración” de la Orden, espíritu de su Fundadora.
¿Qué hacer, pues, con la historia?
El espíritu supera al tiempo. Las Órdenes e institutos nacen por
“el impulso del Espíritu” (“de conformidad con el cielo”), dice la Bula, que se encarna en los fundadores. No es, pues, la historia la que da vida a un instituto, sino el carisma, y no es de la historia de lo que vive una Orden, sino del espíritu de su fundador. No es la historia, en fin, lo que manda tener en cuenta la Iglesia al pedir hoy la renovación del instituto, sino el espíritu, la mente y propósitos de los fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, liberados de los elementos extraños (M.P. Eccl. S. 16,3).
Por otra parte, la fidelidad al carisma originario de la Orden también nos enlaza con la historia. En todas las bulas de la Orden se salva lo fundamental del carisma de Santa Beatriz. No sólo en la Bula
“Inter universa”, como hemos visto antes, muestra la Iglesia el respeto con que trata el carisma de Santa Beatriz, sino también en la Bula de Alejandro VI, 1494, en la cual, a pesar del cambio de Regla, retiene el hábito y el rezo del Oficio de la Concepción propio de la Bula “Inter universa”. Asimismo, en la “Pastoralis Officii” de Julio II, 1505, las monjas insisten en guardar su hábito concepcionista, en seguir con su oficio de la Concepción, y la Bula misma repite el fin y naturaleza de la Orden: “servir a Dios y a Santa María” de la “Inter universa”, “el servicio de Dios y de su Santa Madre”. Por fin, la Bula “Ad Statum Prosperum” de Julio II después de liberar a las Concepcionistas de la Regla del Císter y de la de Santa Clara, deja asentado el carisma de Santa Beatriz encerrándole en frases como éstas: “para venerar a la Concepción Inmaculada de su Madre” (Regla c.I, 1); “oblación que a nuestro Redentor y a su gloriosísima Madre se ofrece” (Regla c.II, 2); “María injertada en los corazones” (Regla c.III, 7); “imagen de vida” (Regla c.III, 7). En todas ellas, pues, se ve el respeto de la Iglesia hacia el carisma fundacional de Santa Beatriz y su continuidad en la Iglesia, aunque, hasta ahora, desplazada su espiritualidad propia.
Respeto que hoy nos vuelve a pedir al decirnos con el canon 578 que
“todos han de observar con fidelidad la voluntad e intenciones de los fundadores, corroboradas por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto”.
Si quisiéramos renovar nuestras Constituciones hoy dentro de la espiritualidad y observancia franciscana, no estaríamos siguiendo un criterio válido de renovación, porque no subyace en él el espíritu y la voluntad de la Fundadora, como hemos visto anteriormente. Si recordamos, primero, porque ella no era franciscana. Segundo, porque no lo vio conveniente para su Orden. Podía haber elegido la regla de San Francisco, y hubiera agradado más a la Reina que le ayudaba; en cambio, no lo hizo. Tampoco puede pensarse hoy que el cordón al estilo de los Frailes Menores con que se ciñe la Orden podía ser por parte de la Fundadora un punto de unión con la espiritualidad franciscana, porque se sabe ya que no fue iniciativa de Santa Beatriz su uso. Y tercero, aunque lo repitamos de nuevo porque es un punto fundamental para nosotras, porque la Iglesia la ha canonizado como concepcionista sólo.

Teniendo todo esto en cuenta, no sé cómo se hubiera podido escribir que
“Santa Beatriz de Silva encontró en Francisco de Asís un camino de Evangelio, del que se sirvió para llegar a Cristo y a su Madre y que ofrece a sus hijas como elemento integrante de su proyecto de vida”. (CC.GG.I, 6)
García Oro nos ha dicho, y venimos comentándolo, que la observancia franciscana en nuestra Orden concepcionista “es fruto de un ambiente de Reforma”. La “Reforma” no creó nada nuevo, sino que lo nuevo lo encauzó por su observancia cambiándolo de modo de ser. Ahora la Iglesia nos ordena “renovación” de este primer modo de ser de la Orden. Es, pues, más digna y más en sintonía con la línea de renovación de la Iglesia la postura de aquel obispo franciscano que, en carta fechada el 26 de mayo de 1972, nos decía: “en obediencia a lo que el Concilio propone con tanta insistencia, urge que la Orden vuelva al espíritu de la Beata Beatriz”.
3º La Orden cambia de modo de ser

Sucedió con el cambio de Regla después de fallecida la Santa Fundadora. ¿Qué motivó la extinción de la Regla del Císter en la Orden de Santa Beatriz si hemos visto que se habían reafirmado en su elección, junto con su Madre Fundadora al tiempo de erigirse canónicamente el primer monasterio concepcionista, todas las hijas de Beatriz?

Con el cambio de Regla cambió el espíritu de la Orden, ya que el influyente carisma franciscano determina un fin tan distinto del concepcionista. Al cambiar, pues, el espíritu y el fin, cambiaron los medios, y con ello, todo el modo de ser de la Orden.

En la primera parte de este pequeño estudio hemos intentado descubrir el carisma concepcionista desde el alma de su Fundadora, que es eminentemente mariano, todo centrado en el amor, imitación y veneración de la Inmaculada Madre de Dios a la que se consagra totalmente. García Oro, franciscano y, por tanto, autorizado conocedor de cuanto hizo y nos dio la Reforma Cisneriana en la Regla que ellos nos redactaron, nos dice que las
“principales características son las siguientes: pobreza en común, hábito azul, clausura perpetua, dependencia de los frailes menores”. Se afirma que la nueva Orden está especialmente consagrada a la Inmaculada Concepción y que se propone honrar este preclaro privilegio mariano.
La pobreza, que es el carisma que determina el modo de vivir de la O.F.M., pasa al primer plano, quedando por ello la propia espiritualidad concepcionista empobrecida o desfigurada, limitándose más al devocionismo inmaculista propio de la época y de la Orden franciscana.
“Los franciscanos miraban la nueva fundación como una parte de su campaña tradicional en favor del misterio inmaculista”, nos recuerda el tantas veces referido García Oro. No se trataba de darnos un carisma, sino el fervor de una campaña. De aquí ha resultado una espiritualidad híbrida y confusa que algunas concepcionistas han destacado repetidas veces a lo largo de la historia.
Estudiamos, pues, seguidamente el hecho histórico del cambio de Regla.

El Papa Alejandro VI en la Bula
“Ex Supernae Providentia”, 1494, que la establece, sólo menciona como motivo para ello “el singular afecto que la reina Isabel profesa a las monjas de la Orden de Santa Clara”.
Era éste uno de los ideales de la Reforma Cisneriana, nos dice García Oro. Y añade respecto de esta Bula:
“es indudable que fueran los observantes castellanos los que inspiraron tales pasos a la Reina”.
¿Por qué se aplicó esta coordenada de reforma orientada a la familia franciscana, a la fundación de Santa Beatriz, que no era franciscana?

¿Por qué se le sacó de su cauce, si el fin que autorizaba la reforma según concesión pontificia habría de ser correctora, es decir, hacer volver a los religiosos a la observancia fervorosa de la disciplina regular que les habían marcado sus propios fundadores?

¿Por qué no se buscó este fin en la Obra de Santa Beatriz aun en el caso de que hubieran decaído de su primer fervor las primeras concepcionistas?

Éste fue el acontecimiento más grave en la Orden de Santa Beatriz al que después respondieron con las obras algunas concepcionistas.

Es cierto que la Bula que comentamos expresa que lo desean y suplican con la Reina la Abadesa y convento de la Concepción y de hecho firman la ejecución de la Bula la Abadesa y Discretas del Monasterio, pero también es un hecho constatado por la historia que
“la Vble. M. Mª Calderón discípula de Santa Beatriz de Silva, funda con otras compañeras del Monasterio de la Concepción de Toledo, el de Torrijos en 1497 (tres años escasos del cambio de Regla), ajustando su forma de vivir según los Estatutos del Monasterio de Toledo fundado por Santa Beatriz. Nunca en el Monasterio de Torrijos se observó la regla de Santa Clara, a pesar de que se observaba en el de Toledo” (Feder. Concep. Franc. Pág. 34).
Esta intervención, pues, anómala de la Reforma Cisneriana provocada por circunstancias eventuales, que hoy no tienen sentido, no debe seguir condicionando hoy el carisma y el espíritu propio de la Orden de la Inmaculada Concepción.

Poner al día en la línea de los documentos pontificios y de los sagrados Cánones actuales el carisma propio de nuestra Madre Santa Beatriz para que haya continuidad de él en la Iglesia es el deber y el derecho que asiste a todas las concepcionistas, y la gran responsabilidad. Dar a nuestra Madre el lugar que le corresponde en los Códices de la Orden, y que hasta ahora no ha tenido, es el ferviente anhelo que late serenamente inquieto en el alma de las concepcionistas. Es una fuerza suave y exigente. Como un deber de justicia.

Esto nos llevará a que incluso la Santa Regla sea liberada de elementos extraños, teniendo en cuenta que
“refleja claramente el programa renovador de la Reforma Cisneriana por lo que se refiere a los monasterios femeninos” (García Oro).
Por ejemplo, el capítulo IV.
“Está suficientemente documentada la voluntad de los Reyes Católicos de que los conventos reformados de cualquier Orden dependiesen de la jurisdicción de los observantes” (García Oro). Esta coordenada de reforma fue introducida en nuestra Regla al ser redactada por los observantes en aquel ambiente de Reforma.
Esta norma choca hoy con la mente de la Iglesia, la cual con el canon 615 protege la autonomía de los monasterios y deja libre el derecho de asociación a órdenes masculinas. Así quedaríamos como nuestra Madre Santa Beatriz nos fundó: sujetas al Ordinario de Lugar, que tanta espiritualidad eclesial conlleva. Esto no obsta para que las que quisieran asociarse a la O.F.M. pudieran hacerlo.
(continua)

quinta-feira, 13 de agosto de 2009

5ª Parte: Conferência
pronunciada em León,
por ocasión del V Centenario
de la Bula fundacional
de la Orden “Inter Universa”

pela madre Mercedes de Jesús Egido oic
del Monasterio de Monjas Concepcionistas
de Alcazár de San Juan
“A PRIMEIRA INSPIRAÇÃO
DA ORDEM
DA IMACULADA CONCEIÇÃO”
“El monasterio
de la Concepción de Toledo”.

“Suele considerarse fundadora a Beatriz de Silva, muerta en 1490. La vida de esta religiosa, lo mismo que los orígenes de la Orden Concepcionista, son poco conocidos. Era de origen portugués, hermana de Amadeo Menéndez de Silva, el fundador de los “amadeos” y confesor de Sixto IV. Tras una vida de azares en la Corte castellana, se retiraba, a mediados del siglo XV, al monasterio de Santo Domingo el Viejo, de Toledo. En 1484 salía de este monasterio con varias compañeras a fundar un monasterio cisterciense en unas casas que le había donado con este fin su amiga la reina Isabel la Católica. Sería dedicado, por voluntad de ambas, a la Inmaculada Concepción.”
“Así surgió el monasterio de la Concepción, de Toledo, con clausura, disciplina regular severa y regla del Císter. En él vivió Beatriz y sus compañeras la vida cisterciense, con hábito azul y cordón franciscano. Y allí murió en 1490.”
“¿Había pensado Beatriz fundar una nueva familia religiosa? Así lo creen sus biógrafos, aunque no documentan tales intenciones. Es cierto que sentía una devoción grande al misterio de la Inmaculada Concepción y que mantuvo relaciones con diversos franciscanos, especialmente con el Vicario Provincial de los observantes castellanos, Fr. Juan de Tolosa. Pero no por ello se decidió a abrazar ninguno de los institutos franciscanos. Se había criado entre las religiosas cistercienses y dio a su convento de la Concepción la regla cisterciense. Y murió como cisterciense.”
“Murió sin haber consolidado su fundación. Sus compañeras decayeron muy pronto en el fervor que había reinado en los primeros años. Hubo disensiones graves entre ellas que tardaron en calmarse. Tal vez por falta de medios de vida, se decidió unirlas con las benedictinas de San Pedro de las Dueñas, de Toledo. Al nuevo monasterio así constituido se le dio la Regla de Santa Clara. Alejandro VI confirmó lo hecho por la Bula “Ex Supernae Providentia” (19 de agosto de 1494), declarando extinguida la Orden del Císter en el monasterio y mandando a las religiosas que, en adelante, siguiesen la Regla de las clarisas teniendo el hábito azul, el oficio divino y demás rezos en la forma que lo determina la Bula de Inocencio VIII.”
“La Bula de Alejandro VI difiere fundamentalmente de la precedente. Establece la Regla de Santa Clara, con las peculiaridades indicadas, en Toledo, y faculta para fundar otros monasterios semejantes, todos los cuales gozarán de los privilegios del monasterio de Tordesillas. Dependerán inmediatamente de los franciscanos. Promotora de todos estos cambios y normas es, según la Bula, Isabel la Católica, que siente una profunda devoción al misterio de la Concepción Inmaculada, pero, sin duda, doña Isabel estaba asesorada por los franciscanos. ¿Fue inspirada precisamente por Cisneros, entonces Vicario Provincial de Castilla? Es muy posible, pero no consta documentalmente. Puede ser muy bien que el Custodio de Toledo, muy apreciado de Beatriz de Silva, haya querido salvar de la ruina la fundación. De todos modos, es indudable que fueron los observantes castellanos quienes inspiraron tales pasos de la Reina Isabel.”
“Con la traslación de las religiosas a San Pedro de las Dueñas se aumentaron las discordias. Al parecer, ninguno de los dos grupos gustaba del nuevo régimen. El monasterio estaba muy mal administrado.”
Siguen unos datos sin importancia para la Orden, exceptuado el traslado de las Monjas concepcionistas al convento de San Francisco y la extensión de la nueva Orden. Y continúa García Oro: “Los franciscanos miraban la nueva fundación como una parte de su campaña tradicional en favor del misterio inmaculista.”
(continua)
4ª Parte: Conferência
pronunciada em León,
por ocasión del V Centenario
de la Bula fundacional
de la Orden “Inter Universa”

pela madre Mercedes de Jesús Egido oic
del Monasterio de Monjas Concepcionistas
de Alcazár de San Juan
“A PRIMEIRA INSPIRAÇÃO
DA ORDEM
DA IMACULADA CONCEIÇÃO”
II - Praxis del Carisma Fundacional
La segunda norma que hemos de tener en cuenta las familias religiosas para renovar adecuadamente el propio carisma es, después de “conocerlo”, “observarlo” purificado de elementos extraños y libre de lo anticuado (Norm. 16, 3).
Una vez más vuelvo a repetir que sólo el espíritu de obediencia a la Iglesia y de reconciliación nos impulsa a buscar la verdad sobre el carisma de nuestra Fundadora. Porque sólo ésta puede conseguir la unión y la paz deseada por todos. Para conseguirlo, sencilla y humildemente seguimos, primero, el nacimiento de la Orden. Segundo, su evolución histórica dentro del ambiente de Reforma de las Órdenes religiosas en España.
Nacimiento de la Orden
Cuando llegó la hora de “instituir la nueva familia religiosa que estuviera consagrada a la Santísima Madre de Dios... Beatriz, con su singular prudencia y cristiana fortaleza, llevó a cabo la fundación de su Orden” (B.C.). Para ello, respetuosa ella misma con el carisma recibido de Dios y después de haberlo vivido con sus Hijas durante cinco años, cuida de someterlo íntegramente a la aprobación de la Iglesia.
Seguimos la génesis de este proceso por las minutas de la Santa.
En la primera, Beatriz aparece pidiendo al Santo Padre la erección canónica de sus deseos y género de vida. Ella aboga por su carisma mariano - inmaculista: “servir a Dios y a Santa María en el misterio de su Concepción”. Aceptaría la Regla que el Papa le asignase. Pide rezo de la Inmaculada, hábito propio blanco y azul, forma de vida que ya llevaban u observancia regular, clausura. El hábito lo describe así: túnica blanca con escapulario también blanco y encima una capa de color celeste (azul), y en esta capa y en el escapulario deben grabar la imagen de la Virgen María, y se ceñirán con un cíngulo de lana blanca.
En la segunda minuta el Papa le insiste que elija Regla y ella se determina por la del Císter. Dice la minuta: “Como la referida oratriz Beatriz elija la Orden Cisterciense y ella y sus compañeras desean servir al Señor bajo la misma Orden con el hábito y estipulaciones y estatutos en la petición determinados”.
Santa Beatriz, lo mismo que otros fundadores, tuvo que poner su Orden al amparo de una de las cuatro reglas existentes en la Iglesia según determinó el IV Concilio de Letrán, a saber: la de San Basilio, San Benito, San Agustín y San Francisco. Santa Beatriz escogió la de San Benito, logrando, al fin, no sin grandes sufrimientos, que el Papa Inocencio VIII autentizara su carisma fundacional inmaculista como don del Espíritu en su Bula “Inter universa”, 30 de abril de 1489. Y al instituir por ella el nombre y el espíritu “concepcionista” genuinamente puros, lo hace destacando y protegiendo respetuosamente el carisma mariano de Santa Beatriz: “para servir a Dios y a Santa María”.
Así se promulgó la Bula, se erigió canónicamente el monasterio el 16 de febrero de 1491, no sin antes reafirmar una vez más Beatriz y sus compañeras que deseaban profesar la regla del Císter, y así vivieron aun después de la muerte de la Santa, acaecida, según parece, en 1492, hasta que entraron en juego otros factores en la Obra de Santa Beatriz.
Según parece, el más importante fue la voluntad de la Reina Isabel. Ella no estuvo muy de acuerdo con algo determinado en la Bula. Acudió al Papa, pero como “las relaciones con el Pontífice Inocencio VIII, 1484 - 1492, eran entonces tensas” (Dic. H.I., Azcona, pág. 1138), no se consiguió la petición. La Reina aceptó la voluntad del Papa y se publicó la Bula según había sido expedida de Roma.
Fallecido Inocencio VIII y elevado a la cátedra de Pedro Alejandro VI, 1492 - 1503, “súbdito de los Reyes Católicos y con quien mantenían íntimas relaciones” (Dic. bis), la Reina volvió a insistir y se consiguieron sus deseos. Había muerto la Fundadora, no quedaba ya más impulso que el de la Reforma y la debilidad de las primeras concepcionistas.
Para comprender mejor estos acontecimientos tan fundamentales para la Orden de la Inmaculada Concepción, (O.I.C), veamos brevemente en qué ambiente se desarrollaron.
Ambiente de Reforma
Fue tenso desde que entró en juego la intervención de Cisneros. José García Oro, O.F.M. en su libro “Cisneros y la Reforma del Clero Español en tiempo de los Reyes Católicos” dice: “En 1494 Cisneros imprimió a la Reforma un ritmo violento que provocó resistencias, agrió los ánimos e impidió que la reforma comenzada siguiese su curso natural” (pág. 186).
“Desde 1492, Cisneros se había identificado con los afanes de reforma. A él le encomendaron los Reyes la ejecución de la reforma de gran número de casas femeninas.” Confesor de la Reina Isabel en 1492, Vicario Provincial de su Orden en 1494 y Arzobispo de Toledo en 1495, asceta y amante de la soledad, “que encarnaba en su seno lo más selecto en virtudes”, a decir de García Oro, era la persona que los Reyes necesitaban para llevar hasta el fin la reforma comenzada, y fue el posible inspirador de los acontecimientos de reforma ocurridos en la Orden Concepcionista.
Dejamos paso a la autorizada pluma de García Oro, O.F.M., que nos explica lo que ocurrió en la Orden Concepcionista. Dice el autor en el apartado que dedica en el libro referido a: “Las concepcionistas”. “Uno de los ideales de la Reforma Cisneriana era que las religiosas franciscanas de la Segunda y Tercera Orden abrazasen la regla de Santa Clara. Así se realizó frecuentemente en diversas casas, tanto de Aragón como de Castilla. De tales reformas nacieron no sólo nuevos monasterios clarisanos sino también Órdenes nuevas. Una de ellas fue la de las concepcionistas, surgida en la diócesis de Cisneros en plena Reforma Cisneriana”.
(continua)
3ª Parte: Conferência
pronunciada em León,
por ocasión del V Centenario
de la Bula fundacional
de la Orden “Inter Universa”

pela madre Mercedes de Jesús Egido oic
del Monasterio
de Monjas Concepcionistas
de Alcazár de San Juan

“A PRIMEIRA INSPIRAÇÃO
DA ORDEM
DA IMACULADA CONCEIÇÃO”
Ejemplaridad de vida
El carisma otorgado por Dios a los fundadores conlleva la transmisión del mismo, es decir, la maternidad o paternidad espiritual en relación a los miembros de la Orden por ellos fundada.
Nos lo enseña así la teología de la vida religiosa. Dice que “el fundador (fundadora en nuestro caso) es la madre espiritual en Cristo, que ha engendrado la nueva familia. Se trata de una maternidad derivada de la paternidad divina. En este proceso generativo, la fundadora es auténtica mediadora entre Dios y el pueblo, es un alma que ha recibido de Dios una misión especial por medio de una intervención de la gracia” (Codina), como acabamos de ver que sucedió con nuestra santa.
Dios la preparó, nos dice Pablo VI en la Bula de su canonización, dándole primero el carisma fundacional que marianizó su alma, dejándola dispuesta para la misión a que la destinaba; y después, a lo largo de su estancia en el monasterio, con el ejercicio heroico de virtudes, donde gestó la semilla que recibió en la aparición de la Virgen Inmaculada, convirtiéndola, así, en Madre y “causa ejemplar” de la nueva familia, así como fue su “causa eficiente”.

Desde el momento en que queda “configurada” la existencia de Santa Beatriz, que es éste en que recibe el carisma, comienza a crecer su parecido con María.
Como a María, se le anuncia su maternidad espiritual. María entrega a Dios toda su vida, todo lo que es, su amor limpio, su corazón preparado para el sacrificio que le exigirá el cumplimiento de su carisma personal que es el de ser Madre de Dios, con todo lo que esto conlleva en el Cuerpo místico de su Hijo, es decir, la prolongación de su maternidad a todos los hombres. Beatriz también entrega a Dios de modo radical toda su persona. Y entregó su corazón al sacrificio, a una vida intensa de oración y penitencia, para dar vida a la semilla que la gracia hizo germinar en su alma.
Como María, pasó su vida en el silencio; esa perfección de la Esencia divina y consecuencia de su Plenitud, desde donde Dios habla al corazón (Oseas 2, 16) y va fraguando en las almas la encarnación de su Verbo.
Breves son las palabras de María que nos narra el Evangelio, y breves son también las de Beatriz como verdadera copia de María y verdadera Monja. Y cuando murió, la Inmaculada, la Virgen de las doce estrellas (Ap 12, 1-2), de parte de Dios, puso “una” en la pura y bella frente de Beatriz, que completó y canonizó su parecido con María.
Una vez más, el Papa, en su Bula de canonización, nos constata aquí que se cumplió en Santa Beatriz el principio teológico que nos asegura que “Dios da a cada uno la gracia según la misión para que es elegido” (S.T.). Hecho que da a nuestra Fundadora la categoría de los grandes fundadores de congregaciones monásticas con relación a sus Hijas.
(continua)

quarta-feira, 12 de agosto de 2009

2ª Parte: Conferência
pronunciada em León,
por ocasión del V Centenario
de la Bula fundacional
de la Orden “Inter Universa”

pela madre Mercedes de Jesús Egido oic
del Monasterio de Monjas Concepcionistas
de Alcazár de San Juan
“A PRIMEIRA INSPIRAÇÃO
DA ORDEM
DA IMACULADA CONCEIÇÃO”
I - Conocimiento
del Carisma Fundacional
Éste es nuestro humilde deseo, poder “llegar” y “dar” a conocer lo mejor posible el carisma y experiencia religiosa de la Madre. Entrar en el santuario de su alma mística y transida de Dios, donde se originó su maternidad espiritual y, por lo mismo, el comienzo de nuestra existencia monástica concepcionista.
Con temor reverencial, por la materia que tocamos y para acertar en tan delicado tema, nos situamos en la línea de fidelidad a los orígenes de la Orden: “primigenia inspiración” para leer con luz propia (Bula “Inter universa”) sus anhelos fundacionales.
Nos sirve también para ello las “minutas” de la Madre recientemente encontradas providencialmente en el archivo secreto del Vaticano.
Y, por último, la Bula de canonización de Santa Beatriz de Silva: “Praeclara Inmaculatae” de Pablo VI, 1976.
De mano, pues, de la Bula de canonización y con la ayuda de Dios, comenzamos a desentrañar el carisma de la santa fundadora.
Es la autoridad de Su Santidad Pablo VI, en esta Bula, quien nos dice que: “Beatriz, dócil al superior impulso del Espíritu Santo, tomó la determinación de instituir una nueva familia religiosa que estuviera consagrada a la Santísima Madre de Dios” (B.C.).
¿Cómo y cuándo se originó esta moción del Espíritu en su vida? Nos lo puntualiza el mismo Papa: “Beatriz... reconfortada con la ayuda sobrenatural de la Madre de Dios y librada por la divina Providencia de tanto peligro, proponiéndose consagrarse totalmente en adelante al único Señor en honor de la Virgen María, inmune de toda mancha, hizo entonces voto de perpetua virginidad al Señor Altísimo... menospreció el señorío del mundo y toda pompa del siglo ante el inestimable amor de Jesucristo y la amorosa imitación de su Madre; y huyendo del bullicio de la Corte... se apresuró a ir a la soledad y, ocultó decididamente su florida juventud dentro de los muros de un monasterio” (B.C.).
El Papa nos ha expuesto nítida y netamente el carisma fundacional de Santa Beatriz de Silva.
La ayuda sobrenatural que recibió de la Madre de Dios que refiere el Papa, toda la tradición de la Orden la identifica con la aparición que de la Inmaculada Virgen tuvo nuestra Madre en el momento más álgido y dramático de su vida, cuando la reina Isabel: “llevada de injusto sentimiento de celotipia, resolvió quitarla de enmedio”, añade el Papa (B.C.).
Esta experiencia de María, que llenó de luz del Espíritu su alma, fue el punto de arranque de su transformación en Dios, del nacimiento de la Orden y, por lo mismo de la institucionalización de una nueva espiritualidad en la Iglesia: la concepcionista. Puesto que es de singular importancia este momento, tanto para la Obra de la Fundadora como para sus Hijas, detengámonos un poco en él para extraer del mismo, el contenido místico, religioso y pedagógico que encierra, a fin de llevarlo a las Constituciones propias, como núcleo central de nuestra espiritualidad que ha de dar forma, como don carismático del Espíritu, a nuestra Orden, y determinar su fisonomía y el fin de la misma.
Nuestra Santa, pues, que hasta este momento había sonreído a todo lo bello y bueno que el mundo le ofrecía primero en la casa paterna y después en el palacio de la reina Isabel, su prima, siente ahora que en su vida está sucediendo algo extraño. Las cosas se le han vuelto hostiles, ya no le ofrecen sus dulzuras, sino el amargor de su vaciedad e inestabilidad. Los acontecimientos adversos se agolpan uno tras otro dejando en su corazón el poso amargo de su huella. Es la gracia divina que va iluminando y purificando los ojos de su alma y va a hacer que su vida dé un giro de 180 grados. Tiene en su mente divina un designio amoroso sobre ella que ya es preciso comunicarle. Y el Señor abrevia el momento.
La Reina se enciende en celos y, poniendo en juego su poder temporal, decide ahogar la vida de Beatriz. La prueba o gracia purificadora ha llegado a su cumbre. Beatriz, encerrada en lóbrega prisión, ve cercano su fin e implora el auxilio divino. Sí, ciertamente sucede así. Místicamente en la estrecha o angosta prisión muere la antigua Beatriz y nace la nueva, más espiritual, al calor maternal y bajo la luz de la Inmaculada María. La Santísima Madre se le aparece revelándole el designio de Dios sobre ella.
Es aquí donde aparece en toda su belleza y plenitud el carisma propio de Beatriz y su experiencia mística religiosa, germen de la Orden concepcionista. María se le manifiesta radiante de amor y pureza inmaculada, penetrando todo su ser con su presencia dulcísima. Beatriz, contemplándola, queda arrobada y su alma místicamente MARIANIZADA, al mismo tiempo que escucha de María el designio divino de que se perpetúe y cante en el tiempo mediante una Orden, esa pureza inmaculada que está haciendo las delicias de su alma.
Hasta ahora, Beatriz había “creído” a María limpia de pecado original en su Concepción santísima; desde ahora, místicamente, la “conoce” Inmaculada, libre de la baba del dragón infernal. Al mismo tiempo Beatriz acoge a Dios en su alma, aborrece el pecado, se adhiere a la virtud y deja que se encarne el carisma en su alma. Así de inefable y sencillo fue el comienzo de nuestra existencia.
El ilustre teólogo jesuita P. Víctor Codina nos dice en su libro “Teología de la vida religiosa” que “la experiencia religiosa del fundador es una vocación carismática o experiencia de algún modo mística, por la cual son simultáneamente introducidos en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Es una captación del signo de los tiempos por el que se sienten introducidos en el aspecto de Cristo y de la Iglesia más urgente y necesario para aquel tiempo concreto”.
Por medio de María, Beatriz conoció el designio de Dios sobre ella y en la luz de Dios descubrió la significación de su tiempo respecto de la Inmaculada. En la visión que venimos comentando, de la contemplación de la Madre pasa al Hijo y del Hijo a la Madre. En el Hijo reconoce el origen de la santidad, y en la Madre la santidad del pensamiento creacional de Dios sobre el hombre salvado dichosa y abundantemente en Ella: libre del pecado original. En el Hijo reconoce el misterio de la humanización de Dios para la redención humana, y en la Madre el prototipo de los redimidos y la mediación entre Dios y el hombre.
Este misterio de pureza y santidad de María que estaba contemplando se estaba debatiendo con viveza en su tiempo, por otra parte tan falto de reforma. Por experiencia, por la transformación que él estaba operando en su alma, intuyó Santa Beatriz que bien podía ser fermento de renovación, un reclamo a la santidad, para aquéllos que la veneraban y exaltaban con tan encendidos clamores.
La necesidad de renovación en la sociedad del tiempo de Santa Beatriz estaba patente. Veámoslo brevemente.
Sabemos que la Iglesia de Cristo, en su constitución divina, es, SANTA, indefectible, invariable. No es así en sus miembros que, por defectibles y limitados, son sujetos de corrección y reajuste.
Es lo que estaba necesitando la vida eclesiástica y religiosa del tiempo de Santa Beatriz, la cual registraba una franca decadencia. Decadencia que incidía en la vida social. Pues así como el fervor en la vida religiosa lleva a una reactivación de la religiosidad del pueblo, así su decadencia le estaba llevando a la postración de la fe y corrupción de costumbres.
Esta triste realidad fue denunciada por la cristiandad con clamores de renovación a decir de García Oro, como nunca se ha dado quizá en la Iglesia. Este mismo autor nos dice que “Juan Gersón, el gran apóstol de la reforma y unidad durante el cisma de Occidente, decía en un sermón pronunciado el día 1 de enero de 1404: “En verdad, que el estado actual de la iglesia parece brutal y monstruoso”. Era una de las muchas voces que levantaban urgiendo el cambio” (García Oro).
En esta convulsiva realidad estaba siendo introducida por Dios Santa Beatriz. Como hemos visto antes, ella misma había sido víctima de pasiones incontroladas y costumbres depravadas. Y ahora, en la contemplación de la limpia santidad de María, veía el contraste de su mundo; la urgente necesidad que tenía de reforma y el medio eficaz para conseguirla.
De hecho, ésta fue la contribución que Dios le pidió y que ella supo darle como fruto de su experiencia mística y religiosa. Y que culminó en espléndidos frutos de santidad, primero en ella y en la Orden de la Concepción por ella fundada. Y además, en el servicio que prestó a la Iglesia y a la causa de la declaración del dogma inmaculista mediante la misma Orden consagrada a este misterio soberano.
“La Inmaculada Concepción se manifiesta como fuerza viva en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia suscitando una Orden contemplativa” (Homilía de Pablo VI en la canonización). Deseando, pues, penetrar más a fondo en el carisma que se encarnó en Santa Beatriz impulsada por las precedentes palabras de Su Santidad Pablo VI, y aunque es conocido de todos los presentes el misterio de la santidad original de María, vamos a recordarlo brevemente, como dinamismo de la gracia, para conocer mejor la espiritualidad de la Orden concepcionista. Lo hacemos de la mano de Michael Schmaus.
La doctrina de la limpia Concepción de María comenzó a penetrar en las almas y por lo mismo a desarrollarse en la Iglesia, en la época patrística. Sabemos que, como los demás dogmas, tiene su fundamento en la Sagrada Escritura. Concretamente en dos textos que deben ser claves para configurar, en su propia espiritualidad, las Constituciones de la Orden concepcionista. El primero (Gn. 3, 15): “Pongo enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: ella herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón”. El segundo, en la expresión del Evangelio: “llena de gracia” de Lc. 1, 28.
En la primera se nos revela la predestinación de María para Madre de Dios, y la gracia santificadora de Cristo preservando a María del pecado. “Se nos enseña que Cristo, triunfador por su muerte de cruz y su resurrección, del diablo y del pecado, es el comienzo de la “descendencia” salvada, cuyo primer fruto eminente: “preservada” es, María. Dios le aplicó los méritos de Cristo, la gracia del Redentor en el mismo instante de su concepción. Entre Cristo y su Madre existe una íntima unión espiritual histórico - salvífica. Por su vinculación a Cristo, pues, no por sí, sino por don gratuito de Dios, María está en plena y triunfante enemistad contra el pecado y el demonio. Enemistad que incluye que Ella, Madre del vencedor del diablo, no haya estado ni por un solo momento bajo el poder de Satán o alejada de Dios” (Schmaus). Es el triunfo de la gracia sobre el pecado. Triunfo que ha de estimular a nuestra realidad pecadora, por la participación que tenemos todos en su gracia.
En cuanto al segundo fundamento: “llena de gracia”, contiene la elección de María para Madre de Dios. “El Ángel le testifica que Dios está con Ella de manera única, por su predestinación a una misión histórico - salvacional decisiva: Madre del mismo Hijo del Padre. Dios mismo ha entrado en comunicación con María de una manera plena: “llena de gracia”. Si Dios está así con Ella como le informa Dios mismo de parte del Ángel, entonces no queda ningún margen para el pecado, es decir, para una oposición entre Dios y María” (Schmaus). Verdad revelada en el Evangelio, que es principio de la salvación y santificación del género humano y motivo de nuestra esperanza. Así “contemplamos a María convertida, para nosotros, en imagen purísima de lo que debemos y esperamos ser” (Mc. 22).
Este don divino de la santidad inmaculada de María que, como todos los de Cristo están orientados hacia la salvación y santificación del género humano como proyecto creador de Dios, empezó a influir en la mente y en el corazón del hombre, marcando en él la nostalgia de la imagen santa de Dios a que fue creado y que había perdido por el pecado, como dije anteriormente, en la edad patrística. Y, aunque entonces “no consiguieron formularla con la claridad con que después lo hicieron la encíclicas pontificias de los siglos XIX y XX, los Padres de la iglesia la cantan con tanta intensidad y frecuencia que los siglos posteriores pudieron llegar con facilidad a concluir la inmunidad de María del pecado original” (Schmaus), y crear una rica y abundante fuente de espiritualidad.
Tertuliano nos dice: “Dios recuperó con celoso esfuerzo, su imagen y semejanza, que era presa del diablo. Pues en Eva, aún virgen, entró la palabra que edificó la muerte: del mismo modo había que introducir en la Virgen el Verbo de Dios que edifica la vida”. Del mismo modo cantan la sobreabundante santidad de paraíso de María y su excelencia virginal San Epifanio, San Ireneo, Isidoro de Pelusio, San Atanasio, San Ambrosio, los Capadocios, etc.
San Efrén, monje anacoreta del siglo IV introduce la dulzura de esta espiritualidad dejando destilar la miel de su pluma en sus “Carmina Nisibena” cuando canta: “Sólo tú, Señor, y tú, Madre, sois hermosos sobre todas las cosas, pues no hay en ti ninguna mancha ni defecto alguno en tu Madre”.
Y en una oración: “Oh Virgen, Señora, Inmaculada Madre de Dios... en extremo bondadosa, eres superior a los cielos, más pura que los resplandecientes y cegadores rayos del sol”, etc.
Dejando otros Padres por no alargarnos, llegamos a San Beda el Venerable, monje benedictino inglés del siglo VII, el cual, recogiendo los dulces ecos de San Efrén, llega a la conclusión de que: “sólo la Virgen purificada de todo pecado podía servir al Hijo de Dios en la asunción de una naturaleza humana invulnerada” (Hom. 1 P.L. 94, 12).
Así se fue elaborando en el corazón del hombre, para la Iglesia, esta espiritualidad que resonaba con acentos cada vez más diáfanos en las almas sensibles a la santidad y pureza.
Así, San Anselmo, monje también benedictino de los siglos XI - XII, Arzobispo de Cantórbery y uno de los fundadores de la escolástica, nos dice: “que la concepción virginal de Cristo es necesaria para su obra redentora. Puesto que es virginal no puede estar sometida a la ley del pecado” (De conceptu virginale, 18). Y estudia, consecuentemente, la pureza de María en su libro (Cur Deus Homo, 16) y, aunque no consigue situar la santificación de la Virgen antes de su nacimiento por acentuar exageradamente la fuerza purificadora de la fe, es decir, que María tuvo que ser santificada por la fe en su Redentor, canta sin embargo la santidad eximia de María con acentos tan certeros, que la Iglesia no encuentra cantor mejor para exaltar la excelencia y dinamismo espiritual de este soberano misterio, en la solemnidad litúrgica de la Inmaculada, que la “Oración 3 a la Virgen” de este santo. Y así la ordena para la segunda lectura del Oficio de Lectura.
Lo que no consiguió San Anselmo lo lograron dos discípulos suyos, también monjes benedictinos: Eadmero, que defendió expresa y formalmente la Inmaculada Concepción de María en su libro (De Conceptu Beatae Mariae), y Osberto, que pensó asimismo.
Eadmero dice que “puesto que en la concepción de María creó el Espíritu Santo una habitación para el Hijo de Dios, la misma concepción había de ser santa”: “dignum Filii tui habitaculum preparasti”, nota melodiosa que canta perpetuamente la Iglesia en la oración del oficio litúrgico de la Inmaculada.
De este modo fue extendiendo el Espíritu Santo esta espiritualidad de pureza en la iglesia introduciéndola incluso en la Liturgia a medida que se desentrañaba el misterio de la santidad original de María. Y aunque a San Bernardo de Claraval le pareció entonces conveniente mitigar esta novedad de Eadmero sobre la Inmaculada, enseñando que María había sido santificada después de su concepción pero antes de su nacimiento, opinión que, debido a su gran autoridad siguieron los principales teólogos de los siglos XII y XIII, entre otros San Alberto Magno, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, ahí quedó la razón teológica de Eadmero en el axioma que ya resonó en sus labios: “Potuit, decuit, ergo fecit”. Herencia que recogió la posteridad, logrando, al fin, dos franciscanos del siglo XIV Guillermo de Ware y, sobre todo, su gran discípulo Juan Duns Escoto, dar con el camino para llegar a la solución definitiva: “en previsión”.
Nota terminal de la oración de la solemnidad de la Inmaculada. Oración que la Iglesia, queriendo lograr en todos sus hijos los frutos de estos dones divinos y espiritualidad de santidad concluye diciendo: “así también, por su intercesión, lleguemos a ti limpios de todo pecado”. Así nos abre el camino al dinamismo santificador de esta espiritualidad la parte ascética, que es la colaboración que busca Dios en nosotros como respuesta a ese regalo que nos hizo creando Inmaculada a nuestra Madre dulcísima. Bien lo entendió el pueblo fiel, pues así que saltó esta espiritualidad del cielo al culto popular, los hechos heroicos que registró la historia entre la gente sencilla son, en verdad, impresionantes.
Para no alargar esta exposición recordamos sólo uno que es exponente del fervor con que las masas vivieron este soberano misterio. Es el tan conocido de aquel caballero sevillano que se vendió a sí mismo como esclavo, para sufragar con la venta solemnes cultos en desagravio de aquella tan querida Madre Inmaculada, que era negada por un predicador desde el púlpito.
Esta fuerza santificadora dimanada de la misma entraña del Dios que hizo inmaculada a María es la que penetró en Santa Beatriz, arrancándola la heroica decisión de cubrir la belleza de su rostro de por vida y encerrar sus grandes valores humanos en la soledad de un monasterio.
(continua)