quinta-feira, 13 de agosto de 2009

3ª Parte: Conferência
pronunciada em León,
por ocasión del V Centenario
de la Bula fundacional
de la Orden “Inter Universa”

pela madre Mercedes de Jesús Egido oic
del Monasterio
de Monjas Concepcionistas
de Alcazár de San Juan

“A PRIMEIRA INSPIRAÇÃO
DA ORDEM
DA IMACULADA CONCEIÇÃO”
Ejemplaridad de vida
El carisma otorgado por Dios a los fundadores conlleva la transmisión del mismo, es decir, la maternidad o paternidad espiritual en relación a los miembros de la Orden por ellos fundada.
Nos lo enseña así la teología de la vida religiosa. Dice que “el fundador (fundadora en nuestro caso) es la madre espiritual en Cristo, que ha engendrado la nueva familia. Se trata de una maternidad derivada de la paternidad divina. En este proceso generativo, la fundadora es auténtica mediadora entre Dios y el pueblo, es un alma que ha recibido de Dios una misión especial por medio de una intervención de la gracia” (Codina), como acabamos de ver que sucedió con nuestra santa.
Dios la preparó, nos dice Pablo VI en la Bula de su canonización, dándole primero el carisma fundacional que marianizó su alma, dejándola dispuesta para la misión a que la destinaba; y después, a lo largo de su estancia en el monasterio, con el ejercicio heroico de virtudes, donde gestó la semilla que recibió en la aparición de la Virgen Inmaculada, convirtiéndola, así, en Madre y “causa ejemplar” de la nueva familia, así como fue su “causa eficiente”.

Desde el momento en que queda “configurada” la existencia de Santa Beatriz, que es éste en que recibe el carisma, comienza a crecer su parecido con María.
Como a María, se le anuncia su maternidad espiritual. María entrega a Dios toda su vida, todo lo que es, su amor limpio, su corazón preparado para el sacrificio que le exigirá el cumplimiento de su carisma personal que es el de ser Madre de Dios, con todo lo que esto conlleva en el Cuerpo místico de su Hijo, es decir, la prolongación de su maternidad a todos los hombres. Beatriz también entrega a Dios de modo radical toda su persona. Y entregó su corazón al sacrificio, a una vida intensa de oración y penitencia, para dar vida a la semilla que la gracia hizo germinar en su alma.
Como María, pasó su vida en el silencio; esa perfección de la Esencia divina y consecuencia de su Plenitud, desde donde Dios habla al corazón (Oseas 2, 16) y va fraguando en las almas la encarnación de su Verbo.
Breves son las palabras de María que nos narra el Evangelio, y breves son también las de Beatriz como verdadera copia de María y verdadera Monja. Y cuando murió, la Inmaculada, la Virgen de las doce estrellas (Ap 12, 1-2), de parte de Dios, puso “una” en la pura y bella frente de Beatriz, que completó y canonizó su parecido con María.
Una vez más, el Papa, en su Bula de canonización, nos constata aquí que se cumplió en Santa Beatriz el principio teológico que nos asegura que “Dios da a cada uno la gracia según la misión para que es elegido” (S.T.). Hecho que da a nuestra Fundadora la categoría de los grandes fundadores de congregaciones monásticas con relación a sus Hijas.
(continua)

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