sexta-feira, 9 de dezembro de 2011

"Adviento - Inmaculada"

Carta del Asistente «Pro-Monialibus»
Fr. Joaquín Domínguez Serna ofm

A la atención de la Madre presidenta

y de las hermanas de la Federación Bética,
Santa María de Guadalupe,
de la Orden de la Inmaculada Concepción.



Mis muy queridas hermanas: Paz y bien en el Señor y en su Madre Inmaculada.
Al acercarse la Solemnidad de la Virgen Inmaculada, como es ya una costumbre, me quiero hacer presente nuevamente entre vosotras con el fin de desearos toda felicidad y paz en estos días tan especiales en los Monasterios de la Concepción y para la Iglesia al mismo tiempo que trasmitiros, en la medida de mis posibilidades, todo el impulso y ánimo de parte de Dios para que mantengáis viva y con firmeza la llama de la fe y el ardor de la fidelidad.
1. Adviento

Al empezar el tiempo de Adviento volvemos a caer en la cuenta de que Dios viene, que sigue viniendo, que se acerca y cumple la promesa de revelarnos cuál es su nombre y también cuál es su verdadero designio. La Iglesia quiere que meditemos en este misterio que acorta la lejanía y que mata el mal de ausencia. Es Dios, el mismo Dios, el que decide acercarse, estar presente… y tocar nuestra realidad, nuestra indigencia, nuestras pocas posibilidades…
A partir del anuncio de las promesas todo empieza a cambiar, ya se anuncia que las frustrantes tinieblas no van a tener siempre razón, que la cerrazón de los corazones no tienen la última palabra, que la naturaleza y la humanidad que giran sobre sí mismas no tienen futuro. Ahora se advierte que Dios ha decidido venir al encuentro de la humanidad y de cada hombre en su limitación, en su fragilidad y en su poquedad. Pero ahí justamente contemplamos el inconcebible misterio de la Encarnación del Verbo. Y a partir de ese momento hemos empezado el tiempo de Dios, el tiempo futuro, el tiempo nuevo.
Además, este tiempo nuevo viene lleno de misterios y de paradojas, tales como el silencio, la noche, el mensaje velado y una promesa desconcertante que llena de esperanza a todos los hombres de la tierra: “para Dios no hay nada imposible”.
Este anuncio nos llena de consuelo y alegría, pero también nos abre más y más al expectante lenguaje de la fe: “dichosa tú, María, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
En este tiempo de muchas incertidumbres, la fe, nuestra fe en Dios que ha enviado a su Hijo Jesús, es nuestro verdadero tesoro escondido, nuestra verdadera perla. Aun a pesar de los muchos signos que nos hablan de desencanto, de malestar, de callejones sin salidas, nuestra esperanza se hace verdad en la medida en que nos adentrarnos en la lógica de la fe, basada en la gratitud y en la humildad: “Engrandece mi alma al Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava”. Ahora, al igual que en Belén y en todos los otros Nazaret del mundo somos llamados a anunciar la Gloria de Dios que ha aparecido en la tierra y que se manifiesta en cada hombre y en cada acontecimiento: “El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la esperanza dichosa de su reino” (Prefacio III de Adviento).
2. Inmaculada
En María resplandece la sublime y sorprendente ternura de Dios hacia todo el género humano: en ella la humanidad recobra su antigua belleza, y el plan divino se manifiesta más fuerte que el mal, capaz de ofrecer posibilidades siempre nuevas de vida y de salvación. ¡Qué grandes perspectivas abre el misterio de la Inmaculada!, decía el Beato Juan Pablo II:
• A la mujer de este tiempo, que busca, a veces de manera ardua, su auténtica dignidad, la Toda Hermosa muestra las grandes posibilidades que encierra el genio femenino cuando está impregnado por la gracia.
• A los pequeños y a los jóvenes, que miran con confianza, no exenta de temor, hacia el futuro, María les recuerda que el Señor no defrauda las profundas expectativas de la persona y sale al encuentro de quienes desean construir un mundo más fraterno y solidario.
• A los que se hallan inmersos en el mal y el pecado, pero que sienten la nostalgia del bien, la Inmaculada les señala posibilidades concretas de rescate en la búsqueda sincera de la verdad y en el abandono confiado en las manos del Señor.
• A los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, así como a los humillados de la historia, la Virgen les anuncia el Dios de la vida, que invita a sus hijos a la alegría y a la libertad, a pesar de las duras consecuencias del pecado que desfiguran al mundo.
• La Iglesia misma, viendo en la Virgen Inmaculada su comienzo y su modelo, se redescubre como obra de la Iglesia de Dios, llamada a realizar, aun en medio de ambigüedades y las tentaciones del mundo, la sublime vocación de «esposa de Cristo llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio de la Inmaculada).
En el clima del Adviento, tiempo de ferviente espera de la Navidad, esta solemnidad nos recuerda que también nosotros estamos llamados a ser «santos e inmaculados» (Ef 1, 4), (cf. Juan Pablo II, Angelus en la Solemnidad de la Inmaculada, 1995).
3. Vocación concepcionista

Ha terminado este año jubilar, tan lleno de bellos y abundantes frutos. Han sido numerosas las iniciativas generales, de la Orden y de los Monasterios a través de las cuales hemos celebrado los 500 años de la aprobación Regla. Sería también un bello fruto desear tener suficiente silencio y estudio para asimilar cuanto de bueno y generoso nos ha concedido el Señor durante este año: gratias agimus tibi (¡Te damos gracias, Señor!). Toca ahora, pues, ese tiempo en donde esparcida la semilla, en lo oculto de la tierra, resurja el fruto y una abundante cosecha. Así se lo pedimos a la Madre Inmaculada y a su fiel hija Beatriz.
Que el Dios Fiel y lleno de ternura que se nos manifestó en el Niño envuelto en pañales en Belén, acompañado de su buena Madre, la Virgen Inmaculada, os conceda una feliz jornada de la Concepción y os bendiga siempre.
1 de diciembre de 2011

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