quarta-feira, 25 de maio de 2011

"Ame a todas en Cristo Jesús"
El servicio de la autoridad.

"Distíngase no tanto por el cargo cuanto por las buenas costumbres; sea tal que con su ejemplo estimule a las súbditas a obedecerle con amor; y su comportamiento resulte una predicación viva para las monjas… Ame a todas en Cristo Jesús sin parcialidad, puesto que la acepción de personas en la Religión jamás se da sin escándalo y sin grandísimo detrimento de la comunidad… No se jacte vanamente por la prelacía, antes bien llore en su interior, teniendo en cuenta cuán difícil es responder al Señor de otras almas, no encontrándose apenas quienes puedan rendir cuenta de la suya propia". Así, como de una forma profética, un texto con quinientos años que se ha hecho forma de vida, describe el papel, las cualidades y la actitud de aquellas que han sido puestas al servicio de las hermanas en la Orden de la Inmaculada Concepción. Éstas han de ser servidoras de sus hermanas y no señoras, ejemplos para todas, amorosamente al servicio de todas sin preferencias por ninguna, prudentes y honestas, que amen la paz y la caridad fraterna, que resplandezcan por su espíritu de fe y amor a la vida contemplativa y estén revestida de sólida madurez religiosa y espíritu de sabiduría.
Se me ha pedido que os presente la Instrucción de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, titulado "El servicio de la autoridad y la obediencia", pero subrayando sobre todo el aspecto de la autoridad (posteriormente se tratará bajo el aspecto de la obediencia); y que reflexione con vosotras sobre esta Instrucción para iluminar esta sesión del II Encuentro de Madres Presidentas de la OIC.

Vuestros textos constitucionales dicen que autoridad y obediencia son dos aspectos complementarios de la misma participación en la ofrenda de Cristo. Es cierto, no existe servicio de la autoridad sin obediencia y viceversa, por ello, aunque trate especialmente este tema de la autoridad, me veré siempre vinculado al tema de la obediencia. No es fácil tratar por separado lo que está tan unido, pues son realidades de una misma disposición de búsqueda y realización de la voluntad de Dios. Podríamos decir que autoridad y obediencia no son dos temas separados o dos realidades distintas, sino la misma realidad, contemplada desde dos perspectivas complementarias. Autoridad y obediencia no son dos fuerzas paralelas, yuxtapuestas o superpuestas. Menos aún contrapuestas, como si fuesen fuerzas de choque, más bien son, en realidad, dos formas de obediencia. Sólo quien ha vivido en obediencia, puede ejercer la autoridad debidamente. Y quien es obediente, mientras ejerce la autoridad, con clara conciencia de súbdito, ejerce la autoridad con sentido cristiano.

El documento que nos acompaña en nuestra reflexión es una Instrucción. Esto es, una serie de enseñanzas y advertencias, unas notas iluminadoras, que son generadas por nuestra Iglesia como Maestra, y que ayudan a mejor vivir un aspecto de nuestra vida de fe, de nuestra vida de consagrados. No tiene un valor dogmático, pero sí pedagógico y exhortativo, y esto no quiere decir que no nos vincule y que podamos volver la espalda tranquilamente a estas enseñanzas de la Iglesia, que por otra parte recogen una buena reflexión de muchos consagrados. El documento argumenta que es "una ayuda y un estímulo para vivir con gozo el "sí" dado al Señor". Y aunque no desciende a la "casuística" o a la problemática que encierran estos valores evangélicos hoy, la presupone. Pero esto no significa que el texto haya nacido por razones ocultas o motivaciones recriminatorias o situaciones extremas, en el uso o el servicio de la autoridad.

En el tema de la autoridad, en los últimos años, sobre todo después del Concilio y en los años posteriores al 1968, se han producido muchos cambios y mutaciones de valores dentro de la Vida Religiosa; y se dan muchos modos diversos de entender la autoridad en las distintas Familias de Consagrados y Religiosos. Íbamos de la mano de los cambios sociales y culturales de la época, quizás abandonando el mejor sabor y lo esencial evangélico de este valor de la Buena Noticia de Jesús, aunque creo que intentando responder, desde Dios, con coherencia y autenticidad, al signo de los tiempos y de los lugares. No es un camino que hayamos dejado totalmente atrás. También es cierto que no faltan hoy ni modelos liberales de vida religiosa (también liberales en lo que se refiere a la autoridad), ni modelos disciplinares que defienden un ejercicio muy "directivo" de la autoridad.

En este mismo orden de cosas podríamos pensar en la diversidad de los proyectos carismáticos y misioneros en la Iglesia, con el nacimiento de los nuevos movimientos y las nuevas formas de Vida Religiosa y sus distintas formas de animación; o los distintos modos de gobierno y de practicar la autoridad y la obediencia en la Vida Consagrada, que no solo responden a distintas tradiciones espirituales (diversas tradiciones del monacato, dominicos, franciscanos, jesuitas,…), sino que también se ven influenciados por la cultura y la diversidad de sensibilidades a nivel de carácter psicológico (no es lo mismo una comunidad masculina o femenina).

Hoy por ejemplo nos encontramos en un mundo complejo y diversificado, y al hablar de autoridad y obediencia, no podemos obviar aquellos avances que las sociedades modernas han alcanzado: como la autonomía personal y la toma de conciencia del valor de la persona individual, su vocación propia y sus dones; o incluso dentro de nuestras comunidades y como fruto de esta "revolución" de la modernidad, el valor que ha alcanzado el proyecto personal y el proyecto comunitario de vida en muchas Familias Religiosas como respuesta auténtica y coherente a la vida evangélica de las Comunidades, y no como mero elemento programático; o por ejemplo, la centralidad de la espiritualidad de comunión, tan subrayada en los documentos Conciliares, y que acentúa una circularidad en la fraternidad, tanto en el servicio de la autoridad como en la obediencia, y que exalta la dignidad de la persona humana en comunión y el consiguiente estilo de gobierno (el consejo de los hermanos en el gobierno, el valor del capítulo local) y que además reviste un aspecto de autoridad coloreada por su tinte más genuino que es una actitud de fraternidad y de servicio.

Los mismos documentos magisteriales sobre la renovación de la vida consagrada en general han dado una serie de luces a tener en cuenta en una reflexión actual sobre este tema.

Pienso no obstante que la "crisis de transformación" que estamos viviendo en nuestros días, de la Vida Religiosa en general y de la autoridad en particular, no ha llegado a su meta y que aún se nos exige un proceso de apertura hacia el futuro. Nuestros textos, la Regla y las Constituciones, e incluso la presente Instrucción, son muy precisos en el servicio de la autoridad y la obediencia, pero la vida real, vive un desfase y un ritmo más rezagado que nos están pidiendo un cambio de sistema, una renovación de las estructuras mentales y del corazón, para descubrir la manera de vivir más evangélicamente el servicio de la autoridad.

Nosotros, después de presentar el documento, en este aspecto de la autoridad, intentaremos acercarnos a él para evidenciar algunos elementos que me parecen importantes. Quizás son subrayados personales, quizás se podrían hacer otros. Pero con ello, lo que pretendo es, sin ser exhaustivo, hacer una relectura de la autoridad en la Instrucción, para vosotras, Hermanas Concepcionistas, en este momento que estáis viviendo del V Centenario de la aprobación de vuestra Regla. No obstante me gustaría expresar también que el texto no se puede manipular: ni para aquellos que quieren encontrar en él elementos para fundamentar una autoridad vertical, "autoritaria"; como tampoco leerlo a "mano armada", como con precauciones sin fundamentos, ante la perdida de una libertad y una autonomía personal. El documento no pretende ni lo uno, ni lo otro.

A vista de pájaro.
El documento, se publica en el 11 de mayo de 2008, por la CIVCSVA, con el objetivo de ofrecer a los consagrados y consagradas una ayuda y una palabra de ánimo, alentando al seguimiento de Jesús, y a la exhortación del apóstol que recuerda que estamos llamados a cambiar la forma de vivir para que "lleguéis a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto".
Se abre con una breve introducción, a la que le siguen tres partes. La primera con el título "Consagración y búsqueda de la voluntad de Dios", en la que se reflexiona particularmente sobre el servicio de la autoridad y la obediencia desde una perspectiva personal para ayudar a los religiosos a vivir su consagración. En este bloque, de modo muy sucinto, se subrayan las bases de la teología de la voluntad de Dios como búsqueda y escucha que da plenitud y felicidad a la vida del hombre y de la mujer religiosos; esta búsqueda representa su sed de absoluto y eternidad. Buscar esa voluntad del Dios que es relación, compañía, es buscar incesantemente una voluntad amiga que quiere la realización en el amor del que busca. Dirá el documento: "En esa vía Amoris es donde se abre la flor de la escucha y la obediencia". Esta obediencia es obediencia filial porque ayuda al crecimiento y a la libertad de la persona, porque permite acoger un proyecto de vida y un querer distinto del propio. La obediencia, por tanto, será respuesta a una llamada, a la Palabra, a la procedencia de Dios. Este contacto con la Palabra de Dios abre, cada día, el camino para descubrir el sentido de la voluntad de Dios y su gusto por ella. En el camino de la búsqueda de la felicidad y de sentido que es la voluntad de Dios, nos acompaña el ejemplo de Jesucristo, el perfecto obediente. Como él, no podremos ser obedientes a Dios si no contamos con las mediaciones humanas cada día y en lo cotidiano. Pues bien, la autoridad está al servicio de la obediencia a la voluntad de Dios, de guiar a todos y de buscar ella misma (el superior/ra) junto a los otros (los hermanos/as), con intensidad y rectitud, el querer de Dios.

En la segunda parte con el título "Autoridad y obediencia en la vida fraterna", se subraya el ejercicio de la autoridad y el de la obediencia como servicio de crecimiento y unidad de la comunidad. Todos los consagrados estamos vinculados por el mandamiento del amor para llegar a ser comunidades significativas; en ellas, existe una autoridad que está al servicio de la búsqueda de Dios y de que todos los miembros de la comunidad vivan amándolo. Por eso la autoridad, a ejemplo de Jesús, se pone cada día a lavar los pies de los hermanos para que todos, incluido el superior o la superiora, se pongan al servicio del Reino. Solo así se formará una unidad creíble, creada por el Espíritu. Aquí la autoridad debe desempeñar un papel concreto para el crecimiento de la Fraternidad, con múltiples tareas a ella encomendada.

En la última parte, la tercera, con el título "En misión", se presentan estos dos valores irrenunciables de la vida consagrada, autoridad y obediencia, en función del apostolado evangelizador. Si vivir la misión es ser mandado, enviado, la misión supone obediencia, respuesta, búsqueda de la voluntad de Dios. Los religiosos somos mandados en nombre de otros, de Otro, no es una misión individual o relativa a uno mismo. Es una misión que implica a todo el ser y no solo a un tiempo o a un precio, como si de una profesión se tratara. Es misión para servir. Con la obediencia, que tanto superiores como hermanos profesamos, tenemos la certeza de servir al Señor. Esta dinámica supera la búsqueda de uno mismo, la auto-presentación y la auto-afirmación. El papel de los superiores en esta tarea es importante, no solo para coordinar tareas con vistas a la misión, sino en el campo de la animación, del discernimiento y del acompañamiento de apostolados. En éste último capítulo, la Instrucción presenta además tres puntos en los que se reflexiona sobre la dificultad en la obediencia y en la autoridad. Al final, concluye el documento con dos oraciones: la oración de la autoridad y la oración a María, la mujer que ha cumplido la voluntad del Padre.

El sustantivo "autoridad" viene citado en el documento 113 veces y el de superior-superiora en 25 ocasiones. Podríamos decir, globalmente, que ambos términos vienen denominados bajo tres aspectos funcionales: la autoridad o el superior/a es un servicio de animación, es un servicio para la unidad y la cohesión del grupo de hermanos, y, por último, es un servicio para la misión.

El documento intenta, por tanto, presentar la autoridad como servicio de la obediencia a la voluntad de Dios y posteriormente exponer la funcionalidad de la autoridad. En síntesis la autoridad tiene la función de hacer avivar la conciencia de la presencia de Jesús en los hermanos y hermanas, para participar del gozo de la llamada, de las exigencias del Evangelio y de la pasión por el mundo y el apostolado. Por eso la autoridad estará siempre al servicio de la búsqueda de Dios. La autoridad es servicio en función del mandamiento del amor. Pero, hagamos ahora algunos subrayados al documento.

Una concepción "alta" de la autoridad.
Hay quien ha comentado ya que en la Instrucción aparece una visión "muy alta" de obediencia, pues ésta no se limita a las órdenes del superior y a la ejecución de las mismas por los súbditos. Esta visión reductiva, que pertenece a otro tiempo , que a veces vuelve a emerger en algunos superiores, incluso apelando a la voluntad de Dios, pone a los hermanos en la tesitura de obedecer sin rechistar, incluso a propuestas extravagantes.
La obediencia es otra cosa, es una expresión sublime y fundamental de la existencia creyente. Su raíz consiste en la permanente búsqueda de Dios y de su voluntad, para cumplirla fielmente. La obediencia es un sí pronunciado a Dios, por eso se identifica con la fe misma; es un modo decisivo y radical de ser del creyente en Cristo.

De igual modo se podría decir de la autoridad. Si estamos llamados a obedecer como Cristo, el perfecto obediente, hay que ejercer el servicio de la autoridad al estilo de Cristo. Aquel que ejerce este servicio en bien de los hermanos, debe experimentar una participación en la obediencia de Cristo al Padre y en la entrega que Él ha hecho de su propia vida a todos los hombres. La autoridad por tanto, vista desde esta perspectiva teologal, es un servicio a la común y radical obediencia a Dios. Así lo dice el documento mismo: "mientras en la comunidad todos están llamados a buscar lo que agrada a Dios así como a obedecerle a Él, algunos en concreto son llamados a ejercer, generalmente de forma temporal, el oficio particular de ser signo de unidad y guía en la búsqueda coral y en la realización personal y comunitaria de la voluntad de Dios. Éste es el servicio de la autoridad".

La autoridad cristiana que emerge en el documento es, hablando con rigor, una radical obediencia; porque aquel que ejerce este servicio de autoridad se debe sentir referido en toda ocasión, o más bien "subordinado" a otra autoridad y a mediaciones superiores. En definitiva el superior se debe sentir subordinado a Cristo, suprema autoridad. Por otra parte, al ser autoridad subordinada, ha de estar siempre al servicio, esto es, debe ser súbdita del bien verdadero de las personas, en orden a promoverlo por todos los medios a su alcance. Nunca se obedece tanto como cuando se es superior, en sentido evangélico. Y nunca se obedece menos que cuando se es superior paganamente.

Por esto podemos decir que la comunidad no se divide entre los que mandan y los que obedecen, porque en realidad todos obedecen, todos viven una "sumisión incondicional al querer divino". Todos obedecen porque la meta es la voluntad divina, todos llamados a colaborar en la búsqueda del querer de Dios. Es por eso que tanto la autoridad como la obediencia, no son otra cosa que dos servicios (el primero de ellos siempre temporal), a favor de la comunión: unos sirven presidiendo y obedeciendo, y otros sirven participando en el discernimiento y búsqueda de la voluntad de Dios y obedeciendo. En este camino, cada uno es para el otro como la presencia de Dios. El que ejerce el servicio de la autoridad, no hace una opción por mandar, decidir, pensar y buscar él solo, sino que renuncia a una autoridad en la soledad a favor de una autoridad en comunión; es una obediencia que supera la oposición superior-súbdito, para colocarse en las categorías de la comunión.

También se puede señalar, que junto al superior como aquel que ejerce el servicio de la autoridad, existen otras instancias para reconocer la voluntad de Dios. Estas instancias son también importantes y vinculantes. Son mediaciones que representan una autoridad para aquel que busca el rostro de Dios, y a las que se les debe obediencia. Por ejemplo está la Regla y también la comunidad. Pero una vez más quiero señalar que la verdadera autoridad, la que denominamos "alta", no es aquella que representan las mediaciones, sino la que está referida a Dios. Las tres mediaciones son necesarias, pero son siempre limitadas. Así lo dice el texto: "no olvide que la mediación es por su propia naturaleza limitada e inferior a aquello a lo que remite, tanto más si se trata de la mediación humana en relación con la voluntad divina". Y aunque sean limitadas, falibles y de naturaleza imperfecta, se deben considerar siempre irrenunciables para el camino de seguimiento, pues estas "autoridades" cobran su sentido dentro del marco referencial de la "gran autoridad".

El rol del superior: Buscar, escuchar y servir.
Leyendo con atención la Instrucción podríamos decir que no todos sirven o servimos para desempeñar el servicio de la autoridad. Si bien todos estamos llamados a ser servidores, y la vida religiosa es esencialmente diakonía en una koinonía; el superior en la comunidad es aquel que protege, fomenta, estimula y anima la cohesión y fidelidad a la vocación recibida por todos, así como la misión confiada por Dios a la comunidad. El superior es por excelencia, el servidor. Tiene siempre que recordar que es un hermano entre los hermanos. No es superior a los otros, sino que ejerce un servicio para los otros. Y es una autoridad que está al servicio sobre todo de las personas, más que de las normas, horarios, u otras mediaciones mutables. Ha sido elegido entre los hermanos para ayudar a los otros a responder a cuanto Dios quiera de ellos.
Por eso el papel del superior en la comunidad ha de ser preferentemente humano y espiritual al mismo tiempo, y que este servicio humano-espiritual se ofrezca por entero a la persona, a la Fraternidad y a la misión. La autoridad es un servicio encomendado para la búsqueda de la voluntad de Dios, para la escucha, para saber crear comunión, para saber decir las cosas con claridad y verdad, para ser compasivo y servir con humildad y paciencia, y sobre todo para ser un testigo creíble y coherente de esta búsqueda, de esta escucha y de este servicio. Esto lo hará perfectamente humano, con sus virtudes y defectos. Y a esto debe estar dispuesta la comunidad, a la aceptación del superior con toda su carga humana. Por ello también la fraternidad debe estar dispuesta, sin miedo, a ayudar al superior a corregirse, con afecto fraterno, de sus eventuales límites, porque la fraternidad depende de todos. Este ejercicio de la autoridad es espiritual, porque el superior se debe poner siempre a disposición del Espíritu y promueve la vida espiritual de los hermanos que le han sido confiados, promueve, decís vosotras, la creación de exigencias siempre nuevas de la vida evangélica . Decía el Santo Padre: "el servicio de autoridad exige una presencia constante, capaz de animar y de proponer, de recordar la razón de ser de la vida consagrada, de ayudar a las personas encomendadas a vosotros a corresponder con una fidelidad siempre renovada a la llamada del Espíritu".

La Instrucción habla repetidamente que el servicio de la autoridad debe estar dirigido a la persona, al consagrado concreto; y habla reiteradamente del valor insustituible de la persona, de su inviolable dignidad, del respeto y la reverencia que merece. Por ello el servicio de la autoridad debe ayudar a hacerla crecer. La persona crece por dentro, cuando es capaz de desarrollar una capacidad en el recto pensar, en el obrar y en el amar. Esto supone que la autoridad al servicio de la persona debe enseñar a los consagrados a pensar con espíritu crítico, a obrar en libertad con un hondo sentido de responsabilidad y además, ayudarles y enseñarles a amar, como búsqueda eficaz del bien de los demás.

Si la persona humana posee una dignidad altísima, pues es imagen verdadera, reflejo vivo y real de Dios; y ha sido recreada en Cristo (cf. Ef 1, 3-11), ésta debe tener una primacía sobre todo lo demás (leyes, economía, técnica,…) y por tanto no será nunca un medio, ni un número más en la Institución, sino que será un fin, aunque no es el final de sí misma. Por ello el consagrado deberá ser amado, respetado y valorado en razón de sí mismo, por todos los miembros de la misma comunidad y por aquellos que ejercen el servicio de la autoridad. No deberá ser nunca engañado, ni instrumentalizado o manipulado; pues sólo con el dinamismo contrario a este, haremos de los hermanos seres capaces de vivir con un recto pensar y obrar y con una capacidad honda de amar.

Búsqueda, escucha y servicio, forman parte, por tanto, del ejercicio de la autoridad hoy. Todos los consagrados nos podríamos definir como los buscadores del rostro de Dios, así lo quiere expresar el subtítulo de la Instrucción: "Faciem tuam, Domine, requiram". Éste es el sentido primero y último de la vida consagrada. Pues bien, el documento exhorta a los superiores, a no ocupar el puesto de Dios, haciendo de esta búsqueda el camino de crecimiento personal y comunitario. La autoridad está al servicio de esta búsqueda y el superior debe comprender que sólo con la ayuda de la oración y la ayuda y consejo de los hermanos puede encontrar lo que Dios quiere de verdad. La autoridad debe suscitar este espíritu de búsqueda en los hermanos que le han sido confiados, debe ayudar a éstos a ser fieles a la llamada por Dios recibida, a responder con creatividad al carisma que Dios les ha donado, para hacerlo crecer y actualizar con creatividad en nuestro tiempo.

Si escuchar es obedecer, el servicio de la autoridad debe entrar en un dinamismo constante de escucha como ejercicio de fe y de encuentro con el querer de Dios. El mismo documento presenta la obediencia como escucha; por ello, no podemos olvidar que el servicio de la autoridad es una obediencia, es una apertura atenta y dócil a la voluntad de Dios, a través de las mediaciones. Estas mediaciones, para la autoridad, también la representan los hermanos que les han sido confiados. Escuchar, es uno de los ministerios principales del superior, y sobre todo hoy, en período de búsqueda y de grandes cambios en la vida religiosa. Un servicio para el que el superior debe estar siempre disponible, pues "quien no sabe escuchar al hermano, no sabe escuchar a Dios". Este servicio supone la acogida del otro y darle espacio al propio corazón, es apreciar su presencia y su parecer y acompañarlo en sus búsquedas, supone transmitir afecto y comprensión. Es un servicio que ayudará mucho a coordinar mejor las energías y a saber reconducir mejor las dificultades y problemas existentes en la comunidad. El superior, por tanto, no se debe cerrar ante las dificultades, sino abrirse siempre en un diálogo sincero y libre, abierto y constructivo, para favorecer siempre el querer de Dios en el consagrado y en la comunidad, para la misión. El dialogo hace que la autoridad sea cristiana.

Desde el inicio de mi reflexión, estoy llamando al ejercicio de la autoridad, servicio. Sí, la autoridad es un servicio humilde de amor, porque es búsqueda y la búsqueda de lo bueno y lo mejor para cada hermano en particular y para la comunidad en general. Por ello, la autoridad no puede ser rígida, inflexible o dura; pero tampoco puede ser débil, complaciente o cobarde. Tiene que ser delicada y respetuosa, pero también firme y coherente. Por eso es servicio, es ministerio. Pero no un servicio cualquiera, no un servicio al poder o al autoritarismo, ni al paternalismo o maternalismo; sino servicio diaconal, un servicio de amor al estilo de Cristo. Y el servicio primordial hoy de la autoridad es ser signo visible entre los hermanos y en el mundo, en la misión, del amor con que Dios ama a las personas. Es como un signo sacramental del amor mismo de Dios.

Elementos del servicio de la animación.
La Instrucción, por otra parte, también señala, además del diálogo, otros elementos irrenunciables, que señala como prioridades, en el servicio de la autoridad como animación. Quizás no son elementos novedosos, al menos en teoría, pero conviene en esta sede recordarlos, pues son énfasis del mismo documento, y repito que la vida real de nuestras comunidades vive un desfase con respecto a nuestros textos y a la Teología de la Vida consagrada y religiosa. Señalemos ahora algunos de ellos.
Uno de estos elementos, que los englobaría a todos, sería la llamada que debe sentir aquel o aquella que ejerce el servicio de la autoridad, a mantener vivo el carisma de la propia familia religiosa. El servicio al carisma garantiza el sostenimiento de los miembros de un Instituto en su identidad y la pertenencia a la misma familia. Un servicio que previamente, el superior, ha debido integrar a través de una honda experiencia del carisma, a través de los elementos constitutivos, y sobre todo a través de la Regla y las Constituciones, para después poder interpretarlo para los hermanos y para el mundo, para la misión. Por otra parte, este servicio al carisma, ha de ser custodiado con fidelidad y creatividad. Existen algunas mediaciones para desarrollar esta fidelidad creativa: los retiros y Ejercicios Espirituales, y otras mediaciones de comunicación de la información y de las experiencias, el acompañamiento o dirección espiritual de los miembros de la comunidad, los proyectos de vida (personal y comunitario), los capítulos o reuniones comunitarias y la formación permanente.

Efectivamente, la autoridad debe garantizar que el tiempo y la calidad de oración son una prioridad en su comunidad. Si es la mediación por excelencia, sabiendo que se es fiel y que se avanza hacia Dios con paso sencillo y constante, deberá ser la prioridad sobre toda prioridad, pues sin ella los consagrados no podrán ser útiles a los demás. En este sentido nuestro texto exhorta a cuidar con solicitud nuestro acercamiento a la Palabra de Dios, a la Eucaristía, y la celebración de la Liturgia. Pero este servicio a los ejercicios de oración, los actos litúrgicos y otros medios comunitarios deben insertarse dentro de un clima de radicalismo en el estilo de vida de consagración al que hemos sido llamados, de fraternidad evangélica y de profundización y vivencia del carisma institucional. No se trata de una pastoral litúrgica de "conservación", sino sobre todo de "animación en el compromiso evangélico".

Otra de estas mediaciones es el acompañamiento que el servicio de la autoridad debe ofrecer a las personas que les han sido confiadas. La Instrucción habla de ello cuando se refiere a la Formación permanente. Es un acompañamiento no sólo en un período de la vida, sino a lo largo del camino de la vida. No se trata de un programa para los consagrados en período de formación inicial, o para los primeros años de profesión perpetua, sino de todo el arco de la vida; porque de lo que se trata, sobre todo, no es de salir al paso de eventuales problemas o de la superación de las crisis, sino de la atención que el superior debe ofrecer al crecimiento normal de la vida de los hermanos, en cada una de las fases de la existencia . No es tanto un acompañamiento magisterial, cuanto una actitud vital que, por sí misma, ya es de orientación espiritual desde la misma praxis comunitaria. Ésta permite al superior el estar próximo a la comunidad y a cada uno de los hermanos de la misma. Su actitud creará buenas relaciones que unificarán esfuerzos conjuntos. Hay que tener el coraje de "morir como padre para resucitar como hermano".

Otra mediación es el Capítulo, la reunión fraterna en comunidad, o la reunión de Familia. La Instrucción afirma que "la tradición de la vida consagrada ve en la figura "sinodal" del Capítulo general (o reuniones análogas) la autoridad suprema del Instituto". El reunión fraterna o Capítulo, es el "lugar de encuentro" de la comunidad con todas sus diferencias, divergencias y tendencias. Es una fuente de riqueza comunitaria, pues es un momento privilegiado de comunicación fraterna, son momentos para crecer y hacer crecer. A esto se debe la autoridad del Capítulo y su vinculación. El superior podrá ayudar a la comunidad facilitando el desarrollo de la reflexión conjunta, valorando la importancia de estos encuentros y de la comunicación de la vida y de las experiencias; estará dispuesto a que la comunidad se abra a la revisión de vida, momento de escucha profunda y lugar privilegiado para la progresiva construcción de la comunidad. Esto, poco a poco, irá creando en los miembros de una misma comunidad no una actitud de "los unos frente a los otros", sino una actitud que genera cordialidad, encuentro fraterno y disponibilidad, apertura al proyecto carismático de vida y misión.

El proyecto de vida y la formación permanente, son otros de los elementos que me gustaría señalar como mediaciones de la animación comunitaria. Lo repite nuestro texto, que dice: "será responsabilidad de la autoridad mantener alto en todos el nivel de disponibilidad ante la formación, la capacidad de aprender de la vida, la libertad - especialmente - de dejarse formar cada uno por el otro y sentirse cada cual responsable del camino de crecimiento del otro. Favorecerá para ello el uso de los instrumentos de crecimiento comunitario transmitidos por la tradición y cada vez más recomendados hoy día por quienes tienen experiencia segura en el campo de la formación espiritual: puesta en común de la Palabra, proyecto personal y comunitario, discernimiento comunitario, revisión de vida, corrección fraterna". Son modos concretos de poner al servicio de los hermanos y de hacer que reviertan sobre la comunidad los dones que el Señor otorga abundantemente para su edificación y misión en el mundo a cada uno de los miembros de una comunidad. De la calidad del proyecto personal y comunitario, como mediación que recoge y anima la vida y misión de una comunidad, y de la calidad de la formación permanente, dependerá también la significatividad de nuestra vida y de nuestra misión. Son elementos que suponen un impulso a la renovación en la vida personal, comunitaria e institucional.

Las dificultades en el ejercicio de la autoridad.
La Instrucción comenta en su segunda parte las dificultades en la obediencia y nos habla de la "difícil autoridad". La dificultad de la autoridad se presenta ante las resistencias de algunos hermanos o de algunas comunidades o de situaciones difíciles de gobierno, donde no se encuentran caminos para encontrar soluciones. Ante esta "difícil autoridad" el superior puede caer en el desánimo y el desencanto, dejando pasar el tiempo o creyendo que ya nada vale la pena, que ningún esfuerzo es ya válido para poner remedio a estas situaciones de dificultad. Si esto es así, los superiores se convierten en "gestores de la rutina, resignados a la mediocridad, inhibidos para toda intervención, sin ánimo para señalar las metas de la auténtica vida consagrada y con el riesgo de que se apague el amor de los comienzos y el deseo de testimoniarlo". En este ejercicio gravoso de la autoridad, el superior está invitado a recordar que el servicio de la autoridad es un servicio de amor al Señor y un camino de santificación personal, a la vez que un cauce de salvación para sus hermanos, por los que se sufre.
Es cierto que en todo servicio de la autoridad se presentarán las dificultades y no siempre los superiores están bien equipados para la resolución de conflictos. Pero nunca podrán olvidar, que estas situaciones pueden representar una fuerza creativa que sirven para mejorar en el conocimiento de nosotros mismos y en vistas a un proyecto de vida y misión. Los conflictos son inevitables, y se pueden convertir, si se gestionan como adultos, con respeto y misericordia, desde la fe, en materia fértil para una provechosa cultura del conflicto que nos haga crecer, esto es, se favorecerá una cultura de la autoridad.

Ahora bien, qué distinto es obedecer (siempre pero mucho más en las dificultades) a alguien que tiene solo autoridad por competencia, por argumentación, o si se le quiere llamar autoridad canónica; a alguien que no solo tiene esta autoridad canónica sino que posee además autoridad religiosa o moral. En las dificultades de gobierno y ante las resistencias de los hermanos en el ejercicio de la obediencia al superior, no solo basta con poseer la competencia de la argumentación o de conocimientos, ni tampoco la competencia meramente jurídica; se requiere la autoridad moral o religiosa. Se trata de una autoridad carismática, que no solo se posee, sino que "es" autoridad en todo su ser y su conducta, es una autoridad de testimonio con fuerza de irradiación sobre la vida. Este tipo de autoridad brota del seguimiento de Cristo. Si las palabras mueven y las obras arrastran, "el superior deberá cuidar la cualidad y profundidad de la propia vida… involucrando a los demás, narrando con su propia vida. Si no damos testimonio de lo que decimos de palabra, fácilmente caemos en lo que hoy se ha dado en llamar "cisma blanco", es decir, el divorcio entre las declaraciones y las opciones de vida privada". El Ministro general ya ha dicho que "el clima democrático ha favorecido la corresponsabilidad y la participación de todos en la toma de decisiones, y ya no se puede invocar solo la autoridad "instituida", sino que se ha de trabajar para que ésta vaya de la mano de la autoridad moral o personal y que siempre sea ejercida en clima de libertad y responsabilidad, favoreciendo la creatividad".

Por otra parte en el servicio de esta "difícil autoridad" debemos contar más que en ninguna otra ocasión con el ejercicio del discernimiento. El discernimiento es un instrumento de crecimiento humano que nos ha sabido transmitir la tradición de la Iglesia, un elemento válido que hace crecer y para escuchar la voz del Espíritu. Sin sustituir la naturaleza y el papel de la autoridad, ésta, sabiendo que el discernimiento es uno de los momentos más significativos de la fraternidad, no puede ignorar que en este ejercicio comunitario o personal se puede reconocer y acoger la voluntad de Dios.

Por ello el papel de la autoridad en este proceso de discernimiento como mediación para la resolución de conflictos y el ejercicio de la "difícil autoridad", es importante. La Instrucción le encomienda una serie de responsabilidades que no puede eludir, como ser paciente en el proceso de discernimiento, garantizar sus fases y sostenerlo en los momentos críticos, pedir la ejecución de lo que se decidió, y no abdicar de las propias responsabilidades con el fin de preservar la tranquilidad o por no herir. Y por último recordar que si se debe ser obediente en el ejercicio de discernimiento, se ha de ser también obediente en la ejecución de lo que se acordó. Y todo ello porque la autoridad está llamada a infundir ánimos y esperanzas en las dificultades y no retroceder en los momentos críticos. En estos momentos de "difícil autoridad" es cuando más alerta debe estar la autoridad a la obediencia en su servicio de siervo, y se debe hacer presente en estos momentos difíciles, participar en las preocupaciones y dificultades, dejándose involucrar en primera persona.

Una autoridad al estilo de María Inmaculada.
La Instrucción termina, como hemos dicho, con una oración a María, la oyente de la Palabra, la mujer obediente desde la fe. Ella actúa con responsabilidad su obediencia y su autoridad.
De la misma oración podemos extraer un modelo de autoridad al estilo de María, la Virgen hecha Iglesia, para pasar a una Iglesia que ejerce su autoridad desde María. Ya en una meditación de 1986, el entonces cardenal Ratzinger decía: "La Iglesia no es un aparato, ni simplemente una institución, no es tampoco una de las conocidas entidades sociológicas. Ella es una persona. Es mujer. Es madre. Es viviente. La compresión mariana de la Iglesia es el más fuerte y decisivo contraste a un concepto de Iglesia puramente organizativo o burocrático… Es en el ser mariano como llegamos a ser Iglesia… María nos indica el camino". Vosotras las Concepcionistas Franciscanas, que hacéis de vuestra vida una vocación para "seguir a Jesucristo nuestro Redentor, a honra de la Concepción Inmaculada de su Madre", estáis invitadas particularmente a encontrar este camino mariano como realización del servicio de la autoridad, pues os obligáis "a vivir las actitudes de María en el seguimiento de Cristo".

Podríamos señalar, muy brevemente, algunos elementos de esta autoridad mariana. La autoridad de María es una autoridad vicaria, materna y femenina, una autoridad de sierva.

Es una autoridad vicaria porque en María no hay dominación ninguna. En las páginas evangélicas María está siempre al servicio del proyecto de Dios. Su actuar en el Reino no impide la vida del Evangelio, todo lo contrario, la favorece. Con su fiat ha entrado en la vía de la obediencia que la hace poseer una autoridad en la comunidad cristiana, porque ésta, su autoridad, hace resplandecer su conformidad a Cristo. La autoridad mariana remite a la "gran autoridad", la de Dios: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5). María no se posee, es la mujer don, su obediencia es total y la hace ser una mujer transfigurada en Cristo. María "ha abrazado de todo corazón y sin obstáculo de pecado alguno la Voluntad salvífica de Dios, y se consagró totalmente, como esclava del Señor; mediante el servicio a la persona y obra de su Hijo". Por eso es una autoridad vicaria, discreta, la llama el documento, que significa un saber reconocer constantemente la presencia de Cristo como cabeza de la Iglesia y de cualquier comunidad cristiana. Si esto es así, el superior no se puede sentir jamás sujeto de poder o de derecho, sino solamente saberse investido "sacramentalmente" de la autoridad de Cristo. La autoridad del superior debe hacer constante referencia a Cristo, lo debe manifestar. Es autoridad en lugar de otro al que hay que darle cuentas.

Es una autoridad materna y femenina. Al anuncio del ángel, María se compromete "con todo su yo humano y femenino". Este compromiso, este sí Inmaculado y libre, la introduce en la experiencia de la maternidad, pues "creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre". Una maternidad que no se limita a generar y dar a luz al Hijo, sino también en su premura en la educación y en el crecimiento de Jesús. Un sí que la ha hecho descubrir una maternidad más grande, al pie de la cruz (cf. Jn 19, 26), una llamada desde el trono de la cruz a ser Madre de la humanidad, de modo que "todos los discípulos reconocieron en ti la dulce autoridad del amor y del servicio" . Madre y discípula, la Mujer nueva, hizo su recorrido de fe. Y no por ser Madre se le asegurará tener autoridad absoluta sobre el Hijo . El servicio de la autoridad exige un humilde discernimiento cotidiano de lo que Dios pide en cada momento de las personas y de la comunidad. Como María, quien ejerce la autoridad, está llamado a acompañar la vida. La Inmaculada Madre de Dios, María, que ha vivido la intimidad más profunda con Jesús, nos enseña a realizar un acompañamiento a los hermanos que conduzca a una comunión profunda con su Hijo.

Es también una autoridad de sierva. Si la autoridad verdadera tiene su fundamento en ser obedientes a la voluntad de Dios, María se nos presenta también como modelo. En el Magníficat, María con su actitud, se convierte en una constante invitación a alabar a Dios y a descubrir el verdadero rostro de Dios. Dios está de parte de los humildes. El Magníficat es un canto de victoria sobre la opresión, sobre la injusticia, sobre el triunfo de los poderosos. Dios no soporta la soberbia, sino que acoge la humildad. El canto de María es una llamada para aquellos que ejercen un servicio de autoridad a liberarse de la tentación de la autosuficiencia, de la autodefensa, y del orgullo como caminos de afirmación personal. Una llamada a reconocer la propia pobreza y presentarse ante Dios y a los hermanos, como hermano, con simplicidad, desarmado. Con María, el que ejerce el servicio de la autoridad experimentará el amor que purifica y transforma, educa la mirada y ayuda a descubrir en la realidad, sobre todo en aquellas realidades más sencillas o marcadas por el sufrimiento, la novedad que en ellas germina.

María por tanto nos ayuda a comprender que "toda autoridad verdadera en la Iglesia y en la vida consagrada tiene su fundamento en ser dóciles a la voluntad de Dios y, de hecho, cada uno de nosotros se convierte en autoridad para los demás con la propia vida vivida en obediencia a Dios".

Conclusión
"El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos". Con estas palabras exhortaba Jesús a los discípulos hambrientos de privilegios de poder, después del segundo anuncio de la Pasión y después de identificarse con un Mesías sufriente y solidario con el pecado del hombre. De este modo advertía el Señor Jesús a la comunidad cristiana, de aquel tiempo y de todos los tiempos, sobre la radical incompatibilidad que existe entre el seguimiento de Jesús y la espera de un mejor destino al estilo humano; pero también prevenía a sus seguidores para que asumieran su mismo destino, sin prometerles lo que no podía darles. El único sueño legítimo del seguidor de Jesús, a la luz de este texto, está en seguirle hasta el final. Todo lo demás sobra.
Con Jesús ha llegado la plenitud del tiempo, y con él se ha pasado definitivamente del poder-dominio al poder-servicio; o del poder-mandar al poder-servir, aunque siempre nos balanceemos (circunstancias de la condición humana) entre el poder y el servicio. Si la autoridad es hacer germinar la vida del otro , la autoridad en la Iglesia y en la Vida Consagrada, a ejemplo del Señor Jesús, no podrá ser nunca de preeminencia y dominación, sino de minoridad y servicio; para dar vida. El ansia de poder, lo ha demostrado la historia de la Iglesia, pero también lo demuestra a cada paso el plano familiar o político, divide siempre a las personas y acaba degradando la convivencia. La autoridad en la Iglesia, es una diaconía, un servicio de amor y comunión al estilo de Kénosis para que juntos podamos buscar incesantemente el rostro del Señor: "Faciem tuam, Domine requiram" (Tu rostro buscaré Señor - Sal 26, 8). Nunca la autoridad en la Vida Religiosa puede satisfacer los primitivos instintos de dominio (libido dominandi) y de autoengrandecimiento que anidan en el hondón del corazón humano, pues se deberá siempre ver referida, y debe estar siempre vinculada, a una ley de gracia superior que es el "querer del Padre". Si existe la autoridad es para el servicio, pues solo Dios posee autoridad. Una autoridad que no sirve, no sirve para nada y no es evangélica.
Ave María Purísima.
Conferência proferida por
Fr. Francisco J. Arellano Suárez, ofm
Secretario particular del Ministro general OFM
a 25 de Maio de 2011

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